Por motivo de la celebración de la Semana Santa, vamos a hacer de lado las cuestiones políticas, aunque no del todo. Claro que esto les va a retorcer las tripas a jacobinos y demás enemigos de la religión. Casi todas las denominaciones cristianas, especialmente los católicos, conmemoramos la muerte y resurrección de quien creemos es Dios y Hombre.

El tema religioso es controversial. Para Marx y seguidores, la religión es el opio del pueblo. Pero lo es, porque alguien que, practica como debe ser la religión, es un individuo muy fuerte, solidario, que no se puede mangonear, que genera bien para sí mismo y los demás. Y ni una, ni otra cosa les conviene, pues para implantar su dictadura requieren hombres débiles, envilecidos, fácilmente controlables y una sociedad en malas condiciones.

Cuando niños, estudiamos los pueblos antiguos. Nos hablaron de su religión, algunos de sus ritos y creencias del más allá. Y todos tenían una, pues la razón les decía, y sigue diciendo, que desde la partícula más pequeña del átomo, hasta el todo el conjunto de galaxias, no puede surgir solo. Forzosamente tiene que haber algún creador. Y eso los llevó a inventar dioses. Además, buscaban saber, quien nos da la vida y por qué y para qué. Y buscaban la forma de relacionarse con ese Ser.

Esto nos hace pensar que en todo hombre hay algo innato o esencial que bulle en nuestro interior que busca respuestas trascendentales. Unos le hacemos caso y otros no. Pero ahí está. Si había, y sigue habiendo, muchos dioses y religiones, es porque, los hombres los inventamos, según nuestros miedos y suposiciones. Pero sólo hay uno verdadero.

La Biblia, dice que hay un Dios todopoderoso, sin principio ni fin. Que primero creo un mundo espiritual habitado por ángeles. Luego a Luzbel, se le ocurrió hacer la primigenia “trastornación”. Promovió una rebelión y surgió el mal. Él y sus seguidores fueron derrotados y expulsados. Cayeron en un lugar de remordimientos y sufrimiento.

Luego creo al hombre poniéndolo en un paraíso en donde era muy feliz y tenía contacto estrecho con Él. Pero, se le metió el diablo de consejero, lo escuchó y se rebeló a Dios. Rompió con el Creador y contrajo infinidad de males. Pero Dios tuvo piedad y prometió enviarle un Salvador para redimirlo y religarlo.

Adoptó al pueblo judío para que de él naciera. Por la inconstancia humana y la bondad Divina, fue una relación de traiciones y perdones. Llegó el Mesías. Con milagros, obras y palabras demostró su dignidad. Sin embargo, las autoridades, a pesar de que obraba el bien, según lo anunciado, no le creyeron. Aun cuando no cayó en sus hipócritas trampas, ilegalmente lo apresaron y lo crucificaron. Pero resucitó.

Y surgió lo que hoy es la Iglesia Católica, que, como su fundador, ha sufrido infinidad de persecuciones y ataques de todo tipo, tanto afuera, como interiormente. Pero hasta la fecha ha logrado conservar, aceptablemente, las enseñanzas originales de Cristo. Sin embargo, hay cientos de denominaciones y algunas enemistadas entre sí.

Aunque, como cualquier institución integrada por hombres, tiene defectos y comete errores, algunos abominables, sin embargo, siendo objetivos e imparciales, los beneficios que ha brindado son, con mucho, mayores a los perjuicios. Se le difama, porque, desde su fundación, obstaculiza

las ambiciones perversas de ciertas gentes. Hoy, aunque está infiltrada y trae problemas, es un fuerte escollo para los que pretenden adueñarse del mundo. Esto ya no está oculto, el globalismo se ha descarado. Y realiza una malévola acción contra la Iglesia y sus valores.

Pero olvidemos esto. Es un tema sumamente extenso y conflictivo. Concentrémonos en lo provechoso. Toda su doctrina se puede resumir en una sola palabra. AMOR. Por eso, aquello de adora a Dios sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como a ti mismo. Es natural que amemos más a quien nos dio el ser y nos dio una vivienda comunitaria.

Por nuestro bien y el de todos nos manda amar a los demás como nos amamos a nosotros. Si lo obedeciéramos como debe ser, tendríamos un mundo mucho mejor que el que hoy conformamos. Especialmente, en estos tiempos que hemos olvidado o deformado los valores más elevados del ser humano. El problema radica en que desde que Caín mató a su hermano Abel, los hombres aprendimos dañar a nuestros semejantes, sobre todo si sacamos algún provecho.

Aunque los hombres podemos perjudicarnos unos a otros en todos lados, algunos ambientes son más favorables. Quizá el peor, sea el gubernamental. Pues el gobierno emite las leyes y las aplica. Recauda los recursos públicos y los gasta. Así puede cometer atrocidades terribles. Aunque también puede hacer el bien. Para empeorar la situación existe un “supragobierno” que pretende gobernar a los gobiernos y establecer un gobierno mundial, suyo. Esto antes estaba oculto, pero está saliendo a la luz. Ahí tenemos la Agenda 2030.

Es por esto que el marxismo está condenado al fracaso. Pues fortalece en forma absoluta al gobierno, mientras envilece y nulifica al individuo. Pero los abusos no son monopolio gubernamental, los practicamos con alegría en todas partes. El fuerte abusa del débil, pero este también busca dañar al poderoso. Y total que esto es lo que hace que lleguemos a niveles inhumanos. Si bien muchas veces, son los políticos y sus cómplices, (periodistas, empresarios, historiadores entre otros), los principales autores de los males, el pueblo ponemos nuestra parte y todos contribuimos a nuestros males.

La Tierra está diseñada para brindarnos los bienes materiales requeridos para todos los que la habitemos. Con la tecnología actual, podemos producir alimentos para 12,000’000,000. Somos 7,500’000,000, debería sobrar, y sin embargo, mueren de hambre millones. Todo por la mezquindad humana. Y los listillos globalistas usan el hambre para justificar y promover su agendita.

Independientemente de nuestras creencias, este tiempo nos llama a revisar nuestro proceder. Bien podríamos intentar darle oportunidad al principio cristiano del amor, para buscar resolver radicalmente los problemas que padecemos. Por la estupidez humana e inclinación al mal, esto nos resulta muy difícil, Pero es la mejor opción. Hoy además de enfrentar a los infelices políticos perversos, podríamos ocuparnos en mejorar nuestra capacidad para practicar el amor en sus diversas manifestaciones. El verdadero poder humano está en nuestro espíritu y en el fondo, vivimos una lucha entre el bien y el mal.

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