El nuevo gobierno de México recibe un país en los primeros lugares en inseguridad a nivel mundial. La cifra de más de 30 mil homicidios al año en 2023 resulta estrepitosa si consideramos que Japón registra 350 homicidios al año y Gran Bretaña 100. La estrategia del anterior gobierno de ir a las causas del delito, en lugar de combatirlo, resultó un rotundo fracaso. Mismo fue el caso de la estrategia de sus antecesores.

Hoy en día, los países que disfrutan de mejores ambientes de seguridad pública lo deben a que sus aparatos de inteligencia están concentrados en contener y neutralizar a la delincuencia organizada mientras que la seguridad ciudadana se sostiene en las policías locales.

La estrategia de seguridad del gobierno entrante destaca la preeminencia del trabajo de inteligencia. Es un paso en la dirección correcta Es un buen arranque, pero con retos enormes.  La respuesta a las preguntas ¿quién genera la inteligencia? ¿cómo se comparte la inteligencia? y ¿quién opera la inteligencia en campo?, son cruciales para el éxito en el uso de esta herramienta.

La producción de inteligencia para combatir la delincuencia organizada es una especialización. No se trata solamente de saber quiénes son, en dónde y cómo operan. Lo más importante es saber dónde están sus recursos financieros y, con esa información, diseñar el operativo e instrumentar las medidas para bloquearles el acceso. Una organización sin recursos económicos es una organización inoperante. Esto significa que no solo se requieren los expertos en el mundo de las organizaciones criminales sino también los analistas financieros.

En la mayor parte de los países democráticos la inteligencia civil y la inteligencia militar generan productos distintos para propósitos diferentes. En México esto significa un enorme reto dadas las atribuciones de las distintas instancias de gobierno en el tema de la seguridad pública. Los militares han asumidos las funciones de las policías, las policías locales están desplazadas y el crimen organizado se ha incrustado en la médula de las comunidades.

La intención de conformar un sistema nacional de inteligencia es también una buena noticia. La dispersión y compartimentalización del trabajo de inteligencia fue una de las principales causas por las que los estadounidenses no pudieron anticipar los ataques terroristas del 2001. La información de inteligencia sobre estos ataques existía pero no llegó a donde debía llegar cuando debía llegar. Esto llevó a la creación de una Dirección Nacional de Inteligencia cuya función no es generar y administra la inteligencia de las 16 agencia federales que la generan, sino conformar un esquema que asegure que la inteligencia llegue en tiempo y forma para que se utilice debida y oportunamente para neutralizar las amenazas.

En el caso de México el reto en materia de compartición de información es enorme. Primero, entre instancias civiles y militares. Segundo, entre instancias federales y gobiernos locales. Tercero, entre instancia mexicanas y entidades que generan inteligencia en el exterior, imprescindible para combatir el crimen transnacional. Sin confianza mutua y sin blindajes de penetración esto no es posible.

Un reto adicional que dista de ser menor es la profesionalización del personal de inteligencia de los aparatos del Estado. La inteligencia no se improvisa. Tampoco el personal de inteligencia. La inteligencia es un quehacer que requiere vocación, oficio y experiencia.

Los drásticos cambios en las estructuras y funciones de los aparatos de seguridad de Estado mexicanos realizados en años recientes tiraron por la borda décadas de formación de cuadros e instituciones en el ámbito de la seguridad. No es un hecho menor. Los nuevos responsables habrán de enfrentar como conciliar y articular los esfuerzos de una Guardia Nacional, ahora con responsabilidad de investigación criminal, subordinada al mando militar, con los cuerpos civiles de seguridad de los tres niveles de gobierno.

Una posible ruta a seguir es hacer un inventario preciso sobre quienes generan inteligencia dentro de las instancias del Estado, que tipo de inteligencia y con que fines.  En paralelo es necesario precisar el tipo de inteligencia que se requiere para combatir al crimen organizado y a partir de ello tomar la decisión sobre la instancia en donde se debe concentrar la generación de inteligencia para estos fines, las dependencias que deben participar y los mecanismos para administrarla y hacerla llegar a los operativos. México cuenta con cuadros preparados y experimentados para apoyar estas tareas. La decisión de aprovecharlos o ignorarlos será de los nuevos responsables.

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