El pasado 14 de septiembre un ataque sorpresa con drones y misiles crucero impactó los campos petroleros de Abqaiq Y Khurais, donde se genera el 70% de la producción petrolera del reino de Arabia Saudita. A las pocas horas, la empresa saudita ARAMCO, primera empresa petrolera del mundo, anunció una reducción en su producción de 9.8 a 4.7 millones de barriles diarios. El golpe lo reivindicó la organización rebelde Huthi, de Yemen, desde 2015 enemigo declarado del rey saudí, Mohamed Bin Salmán.
Lo primero que sorprende es la vulnerabilidad de Arabia Saudita frente a este ataque. El reino saudí es el primer comprador de armamento del mundo. Sólo en 2018 su gasto militar ascendió a 67 mil millones de dólares, cuarto lugar mundial. Su armamento, mayoritariamente de manufactura estadunidense, no sirve para detener este tipo de agresiones. De hecho, fue el tercer ataque de este tipo que recibe en su territorio en los últimos cuatro meses. Sin duda el de mayor magnitud. Una prueba más de que los armamentos convencionales no protegen frente a los ataques no convencionales.
Diez días después no ha habido una respuesta militar del reino saudí. Aunque la organización Huthi en Yemen reivindicó el golpe, es bien sabido que no cuentan con la tecnología para este tipo de ataque. EUA de inmediato responsabilizó a Irán. Los analistas calificaron el golpe como un ataque indirecto de Irán a EUA.
Los saudís tienen cuatro opciones. Responder el ataque directamente a Irán, a sabiendas de su propia vulnerabilidad. No parece el mejor camino. La segunda es hacerlo con EUA. Este camino no parece estar en los planes de Trump. No quiere una guerra que perturbe su reelección, lo que probablemente estuvo en los cálculos iraníes. La tercera es persuadir a EUA de que le baje las sanciones para apaciguar al enemigo, lo que claramente beneficiaría a Irán. EUA decidió incrementarlas a partir del 20 de septiembre. Ya está descartada. La cuarta es negociar directamente con Irán, como lo han hecho Kuwait, Qatar y Omán, para no verse afectados por el conflicto entre Irán, por un lado y EUA e Israel por el otro. Esta opción no checa con el espíritu belicista del actual monarca Bin Salmán, quien mantiene una estrecha relación con la familia Trump y favorece la línea dura en su política regional.
Si Trump y Bin Salmán no dan señales de vida – más allá de las sanciones económicas - esto elevará el nivel de preocupación de los Israelitas que saben que Irán cuenta con proxis en Irak, Siria y Líbano y que cuenta con el respaldo velado de Rusia.
La inacción de Trump y Bin Salmán deja en mejor posición a Irán. Las instalaciones petroleras sauditas quedan igualmente vulnerables frente a un nuevo ataque. Los europeos, en particular Francia, han buscado interceder para un acercamiento entre Trump y Therán, que coadyuve a la distención regional. Hasta ahora no lo han logrado. Con este evento parece más improbable, al menos en el corto plazo.
Todo parece indicar que la última palabra la tiene el señor Trump cuya única agenda parece ser su reelección en 2020. La sorpresiva salida de Bolton, favorable a la línea dura contra Irán, parece confirmarlo. EUA puede vivir sin el petróleo saudí. El multilateralismo, los equilibrios y la prudencia, nunca han sido su fuerte. Los frágiles equilibrios en esa parte del mundo podrían romperse en cualquier momento. La vulnerabilidad de los campos petrolíferos sauditas es una de las ventanas de entrada. En este contexto, la distancia entre la tensión y el conflicto abierto se acorta.
Mientras todo estos sucede, la economía mundial, que ya muestra signos de deterioro, se ve afectada por los alteraciones en los precios del energético y por la incertidumbre política.
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