Uno de los principales problemas de quienes hacen proyecciones a futuro es imaginar mundos deseables sin considerar que, el futuro, la mayoría de las veces, no es más que el resultado de las decisiones que tomamos en el presente.
Nos encontramos, literalmente, en medio de una de las más terribles pandemias que nos haya tocado vivir a los mexicanos. Cada decisión que tomamos para lidiar con esta situación nos coloca en un derrotero distinto. Si decidimos vivir unos meses en el confinamiento, nuestras probabilidades de contagio y/o fallecimiento se reducirán sustantivamente. Si, por el contrario, por cualquier motivo, decidimos salir constantemente de casa, no seguimos los protocolos de seguridad sanitaria y nos cruzamos con decenas o cientos de personas al día, nuestras probabilidades de contagio se incrementarán geométricamente.
Pero más allá de nuestras decisiones individuales está el manejo colectivo de la pandemia. De ese son responsables las autoridades de los gobiernos a cargo de las instituciones de salud, de regular e impulsar la actividad económica y de fijar parámetros generales para el comportamiento individual y la convivencia social. La responsabilidad de los gobiernos frente a una emergencia nacional es insoslayable e irremplazable.
En el ámbito de la salud la estrategia de nuestras autoridades ha sido de alto riesgo. Se hablaba de la conveniencia del contagio generalizado para inmunizar a la población. Se descartó la aplicación masiva de pruebas por considerarla costosa e innecesaria. Sin embargo, sus proyecciones han quedado muy distantes de la realidad y el sistema de información que lleva el registro de contagios y defunciones ha mostrado no ser confiable. Frente a las proyecciones oficiales que apuntaban a que en junio el coronavirus sería historia y tendríamos un saldo de alrededor de 6 mil defunciones, a mediados de julio se han acumulado en México más de 320 mil contagios y 37 mil defunciones; estamos lejos de ver la luz al final del túnel.
En el siglo VI la peste bubónica asoló al mundo. El emperador Justiniano ordenó el confinamiento. Sabía que esto paralizaría la actividad económica y aseguró que cada barrio contara con un molino de harina para hacer pan. En el XXI las cosas no muy distintas. Desde el primer momento quedó clara la necesidad del confinamiento y sus malévolas consecuencias económicas. Con herramientas mucho más sofisticadas que en el siglo VI, la mayor parte de los gobiernos canalizaron cuantiosos recursos para subsidiar el confinamiento, asegurar el ingreso y la supervivencia de sus pobladores y preservar las fuentes de trabajo. No fue el caso de México.
Resulta de libro de texto que al momento de una emergencia nacional la autoridad política debe asegurar la unida y la concertación, repartir responsabilidades y costos de una manera ordenada y eficiente con base en una estrategia incluyente, clara y transparente. En México esto no ha sucedido. En la crisis el presidente profundizó diferencias con gobernadores y alcaldes, las brechas con los actores económicos y los inversionistas y se ha dedicado a abrir nuevas grietas de polarización. Ni siquiera los médicos encargados de cuidarnos estuvieron exentos de sus embates, los llamó mercantilistas.
La pandemia nos colocó en una encrucijada, a México y al resto del mundo. El gobierno federal nos ha colocado al borde del precipicio. La reactivación económica con semáforo rojo nos coloca en una situación de alto riesgo sanitario. La recuperación económica será lenta y dolorosa, muchos se quedarán en el camino. La polarización generada por el presidente provocará mayores desgarres y fisuras en la sociedad mexicana. Y todo esto en un ambiente de creciente inseguridad pública.
¿Cuál será el posible escenario para México en 12 meses? Mientras en la mayor parte de los países cuyos gobiernos tomaron providencias para amortiguar los efectos de la crisis se encontrarán en la fase de recuperación, en México seguiremos en plena depresión económica, buscando siempre algún culpable de los problemas que generaron nuestras propias decisiones y en una encarnizada disputa político electoral, sin precedente en la historia reciente de nuestro país. El futuro, en forma ineludible, será el resultado de las decisiones del presente.
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