México atraviesa por una de las crisis más severas de su historia moderna. El coronavirus ha generado más de medio millón de contagios y 50 mil muertes. El confinamiento ha provocado la pérdida de ingresos para más de 12 millones de mexicanos; 25% de los educandos han desertado de la escuela; el consumo ha disminuido en 23% y la inversión de capital bruto en 38%.

La evolución de la pandemia es incierta pero los estragos que ha provocado en la economía y en la sociedad son contundentes. Y cabe la pregunta ¿es lo mejor que podíamos hacer para enfrentarla? ¿Qué oportunidades abre esta difícil situación?

Si navegamos en el mar y hay tormenta, el capitán ordena a los pasajeros no salir de su camarote. Nadie cuestiona. Sea por miedo o por una decisión racional, la mayoría actúa de acuerdo con las instrucciones. El capitán es el responsable de que nadie salga lastimado. Asumimos que el capitán sabe lo que hace y que por eso está al mando. En principio tiene la confianza de la tripulación y de los pasajeros.

Pero qué sucede cuando el capitán anda distraído, ignora lo que le transmiten los instrumentos de navegación y se pasea despreocupadamente por el barco cuando la tormenta está por iniciar. Conversa con los pasajeros como si nada sucediera. Los tranquiliza diciendo que todo está bien. Para algunos su actitud genera confianza, para otros, grave preocupación. Sienten los vientos azotar las velas y que la lluvia empieza a inundar la cubierta. Entre pasajeros y tripulantes surgen voces que piden ajustar el rumbo. El capitán hace caso omiso.

La tormenta causa estragos. Los pasajeros corren de un lado a otro sin saber que hacer. Nadie les dio instrucciones. No hay salvavidas ni botes de salvación. La tripulación tampoco supo qué hacer. Está acostumbrada sólo a obedecer. Una vez pasada la tormenta, dos de los tres mástiles están destruidos. Un tercio de los pasajeros y de la tripulación están desaparecidos. Fueron a dar al mar, sin posibilidad alguna de rescate.

Cuando llega la calma, con la mitad del barco destrozado y la pérdida de un tercio de los pasajeros y tripulantes, la población sobreviviente está dividida. Una parte de la tripulación y de los pasajeros culpa de todos los males a la tormenta. Era inevitable y nada tuvo que ver el capitán. La otra mitad acepta que la tormenta era inevitable, pero culpa al capitán de no haber cambiado el rumbo cuando todavía era tiempo y de no haber tomado las medidas necesarias para aminorar los daños. El capitán se une a los que culpan a la tormenta y reitera que no habrá cambio de rumbo. El barco, diezmado y a trompillones, sigue su curso en espera de la próxima tormenta.

Las encuestas en México sobre la popularidad del presidente - cada día más extrapoladas pues en julio van desde el 39% hasta el 59% de aprobación – reflejan una sociedad

dividida entre quienes culpan de todos los males a la tormenta (neoliberalismo, corrupción y coronavirus) y, quienes aceptan la tormenta, pero culpan al capitán del inminente naufragio por sus malas decisiones.

Peor aún, en lugar de preocuparse por reparar los mástiles, arreglar los instrumentos de navegación y planear para enfrentar mejor la próxima tormenta, toda la energía se concentra en la batalla entre uno y otro bando, unos por mantener en su puesto al capitán y otros por destituirlo y sustituirlo. Al parecer no hay nadie en el barco capaz de conciliar y orientar la energía de todos al objetivo de fortalecer el barco y asegurar la continuidad de su navegación.

A babor y estribor se ven otros barcos pasar. Pasajeros y tripulantes de esas naves se sorprenden al ver que en el barco México todos están en cubierta, discutiendo, mientras los mástiles siguen rotos y la siguiente tormenta ya se avizora en el horizonte. El rumbo del barco es incierto.

lherrera@coppan.com

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