Nuestros legisladores finalmente aprobaron la desaparición de 109 fideicomisos que apoyan la ciencia, la cultura, las artes, proyectos municipales, de protección a víctimas y otros de no menor importancia para la sociedad mexicana. Esto, a pesar de los argumentos expuestos por innumerables actores, nacionales y extranjeros, sobre la gravedad de esta decisión y sus consecuencias para México.
La carta enviada por 700 científicos extranjeros subraya un hecho alarmante. La supresión de los fideicomisos cierra la puerta a las aportaciones de instituciones, gobiernos y organizaciones internacionales para un sinfín de proyectos de investigación en instituciones mexicanas que al poco tiempo se secarán. Su continuidad se verá gravemente afectada. Los fideicomisos brindaban la estructura legal e institucional necesaria para recibir apoyos multianuales del exterior, armar proyectos conjuntos y mantener la comunicación y la cooperación con investigadores alrededor del mundo, parte consustancial del quehacer científico en el siglo XXI.
No deja de sorprender que el presidente Lopez Obrador, en sus desfases históricos, pretenda que los españoles y los prelados de la iglesia católica de hace 500 años vengan a pedir perdón, a quienes también desaparecieron hace quinientos años, mientras que él y sus seguidores toman decisiones que colocan a los mexicanos vivos y a sus descendientes en una situación de riesgo y vulnerabilidad sin precedente.
Hace quinientos años una de las principales amenazas era la guerra de conquista. Hoy, las principales amenazas están en la mala alimentación, las emisiones de carbono, la proliferación de enfermedades cada vez más complejas, la polarización política, la desintegración social y las condiciones de inseguridad que impiden el pleno desarrollo de los mexicanos.
Los centros de investigación científica en México son los únicos que pueden encontrar soluciones y respuestas técnicas a estos grandes retos, de acuerdo con las condiciones y necesidades de la sociedad mexicana. Nadie inventa las soluciones para el vecino. La ciencia y la tecnología son parte consustancial del verdadero poder nacional en el siglo XXI.
Para conocer algunos de los verdaderos retos que enfrentamos basta dedicarle un par de horas a los documentales una vida en la tierra y besa la tierra (Netflix). En ellos se muestra en forma incontestable que el cambio climático y las emisiones de carbono – en estas últimas se basa toda la estrategia de energía del actual gobierno – pondrán en entredicho la vida humana en no más de tres décadas. Y las posibles soluciones. Nada de esto forma parte de la agenda del actual gobierno federal y no hay soluciones sin desarrollo científico y tecnológico nacional.
Pero no sólo eso. Las grandes civilizaciones a lo largo de la historia, sin excepción, son las que han dejado mayores aportaciones científico y culturales a la humanidad. Los griegos la
filosofía, los romanos la codificación de leyes, los árabes las matemáticas, los chinos el modelo del servidor público, los mayas su astronomía, por mencionar algunas. En todos los casos, sin excepción, el estado ha sido el principal promotor de las ciencias y las artes. El conocimiento subyace al poder nacional.
Todo apunta a que el presidente de México y sus legisladores han optado por el camino contrario, el oscurantismo. El presidente, con la ligereza que aborda casi todos los temas, ha justificado el hecho con su cantaleta monotemática de la corrupción. Tristemente, ahora no serán necesarios 500 años para que vengan los reclamos históricos; serán los nietos de AMLO y sus colaboradores, solo una generación después, los que vengan a reclamar los estragos que causaron al pueblo del Quinto Sol.
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