El pasado 2 de agosto el presidente Trump anunció la salida de EU del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), firmado por Reagan y Gorbachov (1987). La denuncia se hizo en febrero de este año y se concretó seis meses después, por considerar que Rusia ha violado reiteradamente dicho acuerdo.
Un poco de historia. Cuando las dos superpotencias militares reconocieron a finales de los 60s que no existía la posibilidad de victoria política o militar una vez desencadenada una guerra nuclear, acordaron límites a la producción y despliegue de armas nucleares en aras de un equilibrio, en el que el incentivo a utilizar sus arsenales se reducía prácticamente a cero. El primer acuerdo, conocido como SALT I, se firmó en 1972 (Nixon/Brezhnev). Su racionalidad política y militar fue tan contundente que al SALT I siguió el SALT II (1979), el START I (1991), el START II (1993) y el New START (2010), este último vigente hasta diciembre 2020.
Si bien estos acuerdos limitan la producción y despliegue de misiles terrestres intercontinentales de alcance mayor a 5,500 kms, dejaron fuera los misiles de alcance intermedio - 500 a 5,500 kms - lo que llevó en los ochenta a escenarios de alto riesgo en Europa. De ahí la importancia de que, en 1987, con el acuerdo INF, ambas superpotencias se hayan comprometido a sustraer dichos misiles de sus arsenales para alcanzar un nuevo equilibrio. El nuevo acuerdo estuvo vigente por 32 años, hasta hace dos semanas.
En el siglo XXI hemos presenciados cambios de fondo en el escenario político internacional. Desde 1972, como parte de los acuerdos, ambas potencias se comprometieron a no desarrollar sistemas antibalísticos, lo que garantizaba el equilibrio. Georg W. Bush se apartó de ese acuerdo (ABM) en 2001. Para Putin - en el poder desde 1999-, los acuerdos de la guerra fría no son referente. Se siente mucho más cómodo sin ataduras, particularmente en el ámbito militar. En paralelo el desarrollo militar de China ha crecido al ritmo de su poderío político y económico. Y China no es parte de ningún acuerdo de desarme nuclear. Para nuestra mala fortuna, los líderes de las tres grandes potencias nucleares son profundamente nacionalistas. Lo mimo que otros países emergentes con capacidad nuclear como Israel, Irán, India, Pakistán o Corea del norte. No hay buenas razones para dormir tranquilos.
Otros datos documentan nuestra preocupación. A pesar de los vaivenes en la economía mundial, en 2018 el gasto militar mundial escaló a su máximo histórico. Se incrementó en 2.6% respecto de 2017. EU se mantiene el primero de la lista, con el 36% del total mundial; China en segundo con 14% y Rusia en sexto, con 3.4 %. Por si esto fuera poco, las novedades de la industria militar del siglo XXI con los misiles hipersónicos, los robots asesinos y las armas cibernéticas, que son tan terroríficas como suenan, no son parte de ningún acuerdo o control internacional.
Los incentivos para negociar no están en la mesa. El multilateralismo como espacio de negociación para el desarme nuclear se ve lejano. Sin embrago, las amenazas de recesión económica, las migraciones internacionales, las guerras comerciales y fracturas como el Brexit, ocupan nuestra atención cotidiana. Quizás porque no imaginamos que en otros tableros se cocinan amenazas aún peores.
Por cierto, hubo un tiempo en el que México jugo un rol importante en asuntos mundiales. Presidió el Comité de Desarme de Naciones Unidas y fue el arquitecto del Tratado de Tlatelolco (1968), que convirtió a América Latina en la primera zona desnuclearizada del mundo. ¿Será cierto que tiempos pasados fueron mejores? ¿Cuál será la agenda de México ahora como miembro recién electo del Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Nuestro presidente tiene otros datos?
Agosto 16, 2019
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