El pasado 26 de agosto concluyó la reunión del llamado G 7 integrado por Alemania, Canadá, Reino Unido, Estados Unidos, Italia, Japón y Francia, este último como país anfitrión. Este grupo se formó en 1973 por iniciativa de Estados Unidos como un grupo de concertación política de alto nivel, representativo de las economías más avanzadas del plantea.
En estas reuniones los participantes suelen conversar sobre temas de trascendencia mundial, en los que todos tienen influencia. Al final de sus reuniones emiten un comunicado en el que mandan señales al resto del mundo sobre su posición frente a temas políticos y económicos de interés general. En esta ocasión, por iniciativa del anfitrión, se suprimió el comunicado conjunto. No hubo acuerdos ni había condiciones para alcanzarlos.
Para no perder la costumbre, el presiente Trump calentó el ambiente antes de su llegada. Amenazó al anfitrión con poner impuestos a los vinos franceses. Las amenazas, sobre todo comerciales, sustituyen la otrora diplomacia estadunidense, sofisticada y eficiente. El único tema de Trump fue solicitar el reingreso de Rusia, que ingreso al G 7 en 1998 – por ello hasta 2014 fue G 8 – hasta que sus miembros decidieron su exclusión en 2014, a raíz de la invasión de Crimea. Rusia no es considerada primera potencia financiera o comercial. Tampoco ha mostrado mayor compromiso con el cambio climático. La solicitud de Trump no deja de despertar suspicacias, que remontan a la trama rusa.
Esta cumbre coincidió con el desastre natural en la selva amazónica. Macron lanzó una iniciativa para apoyar el rescate de este pulmón del planeta. Jair Bolsonaro, el controversial presidente de Brasil, no sólo considero esto como una intromisión en sus asuntos internos, sino que fue tan lejos como hacer mofa de la esposa del presidente Macron, lo que generó un conflicto personal que sin duda trascenderá en la relación entre los dos países.
Uno de los episodios más importantes de esta cumbre era la última reunión, dedicada al cambio climático. El presidente Trump simplemente no asistió, argumentando otros compromisos. El representante de uno de los países más contaminantes de la tierra no accede, ni siquiera, a sentarse a hablar sobre el tema.
Reino Unido pasa por un momento político de tal desgaste, que ni siquiera figuró. El actual gobierno dista de tener una buena relación con sus colegas europeos a quienes tiene amenazados con un Brexit sin acuerdo. Italia, para variar, está en proceso de formación de un nuevo gobierno de coalición. La inestabilidad política interna en ese país es una constante. Tampoco llevó iniciativas ni tuvo mucho que decir. Y el liderazgo de Angela Merkel, ejemplo de sensatez y cordura política, está en declive. Japón y Canadá tampoco destacaron.
El gran ausente, dado que nunca ha sido invitado, es China, por con mayor poderío político y económico que la mayoría de los otros miembros. Se habló, al menos en la prensa, de un acercamiento de este grupo con China a través de una llamada telefónica. El gobierno de China lo desmintió. Su relación con el presidente Trump está en su peor momento.
Esta cumbre ciertamente refleja el estado de disfuncionalidad del club de los ricos, situación muy preocupante pues más allá de lo que nos puedan gustar o no las decisiones y acuerdos que se toman tradicionalmente en este grupo, sirven para marcar rumbo, limar asperezas y evitar conflictos mayores. En esta ocasión, todos estos objetivos se quedaron en el cajón.
lherrera@coppan.com