Durante la Primera Guerra Mundial las mujeres en Gran Bretaña , además de ser madres de familia y amas de casa, asumieron un papel protagónico en el sector productivo, el comercio y los servicios en su país. Los hombres estaban en el frente de batalla. Si las mujeres eran capaces de realizar la mayor parte de los roles jugados por los hombres, merecían entonces ser tratadas como iguales. El voto femenino, aprobado en 1918 – inicialmente sólo a mujeres mayores de 30 años – y en plena guerra, no fue una concesión graciosa de los hombres, fue producto de un activismo feminista sin precedente en ese país. Las mujeres en Alemania lo consiguieron ese mismo año y las estadounidenses en 1920. Las neozelandesas habían puesto el ejemplo desde 1893.
El feminismo , entendido como la lucha de las mujeres por la igualdad frente al hombre, es un fenómeno reciente en la historia de la humanidad. Hace apenas 150 años, las mujeres que no seguían las reglas acordadas por los hombres eran marginadas, en muchos casos por las propias mujeres y en no pocos eran enviadas a la hoguera o su equivalente.
Afirmar que la sociedad mexicana es particularmente machista no es una exageración. Es el caso en la política, en los negocios y en el hogar. Sin duda las propias mujeres han abierto espacios de participación en todos los sectores, pero para muchos hombres estas no pasan de ser situaciones de excepción. Es paradójico que en un país en el que es frecuente que el hombre abandone el hogar, a la mujer y a los hijos, sin asumir ninguna responsabilidad, se le niegue a la mujer la igualdad cuando ellas deben de asumir el rol de proveedor, madre y ama de casa. Es un paradigma injusto y desigual.
La impunidad frente a la comisión del delito, que prevalece en México, afecta por igual a hombres, mujeres, niños y ancianos. Sin embargo, según indican las cifras, las agresiones a mujeres se han incrementado en forma desproporcional por el mero hecho de serlo. Que las mujeres alcen su voz, marchen en son de protesta y organicen un día sin mujeres, no debe sorprendernos. Se habían tardado. ¿Pero es esto suficiente para avanzar en el respeto y la igualdad que merecen las mujeres, de cualquier edad y condición socioeconómica?
En un país como México, lo que hace o deja de hacer la autoridad tiene un gran impacto en el comportamiento de los ciudadanos. En particular entre quienes tienen mayores carencias. La autoridad en todos los ámbitos y niveles gubernamentales tiene mucho qué hacer y qué decir sobre el tema. Las decisiones del actual gobierno que disminuyen los recursos para programas que favorecen a las mujeres van en detrimento de la causa. La reducción del presupuesto para programas de prevención social de la violencia y la delincuencia reducen sustantivamente los programas en favor de la prevención de la violencia familiar y de la protección contra la violencia de género. El menosprecio del gobierno federal por las organizaciones sociales, muchas de ellas dedicadas al tema de violencia de género, van también en contra de esta causa.
¿Hacia dónde enfocar las baterías? Ciertamente el reclamo debe hacerse a la autoridad para canalizar mayores recursos y mejorar políticas y programas a favor del respecto a las mujeres y la igualdad de género. Pero el esfuerzo no debe orientarse sólo hacia el gobierno federal. Debe iniciar en lo local. Las organizaciones sociales juegan un papel fundamental en este ámbito, lo mismo que los maestros y los padres de familia. La autoridad debe coordinar sus esfuerzos con los ciudadanos. De otra manera, las palabras serán huecas y el avance efímero. Solo el arraigo del tema en lo local puede dar sustentabilidad al esfuerzo. Enorme tarea la que tenemos por delante.
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