El pasado domingo concluyó la ronda de debates entre quienes aspiran a la presidencia de la República. El propósito de los debates es presentar a los candidatos a efecto de que los ciudadanos puedan comparar y contar con mayores elementos para decidir su voto. Sin embargo, hoy por hoy, la mayor parte de los ciudadanos ya han tomado su decisión. En las encuestas el rubro de indecisos llega apenas al 11 %, que muy probablemente contribuirán a engrosar el segmento de la abstención.
En realidad, la actual es una contienda entre la candidata oficial, cuyo maquinaria electoral empezó a funcionar con el inicio del sexenio; y la candidata de una oposición que ha sido maltratada en todo momento por el actual presidente. Del tercero en discordia no hay mucho que decir, salvo que seguramente será recordado como parte de aquellos que pretenden hacer historia al margen de la historia.
El actual presidente, quien seleccionó y designo a su sucesora, es el principal responsable de haber dividido el país entre adeptos y oposición, amigos y enemigos. A los segundos los ubica sin ambages no solo en la categoría de sus enemigos políticos, sino de enemigos del pueblo, de los pobres y de traidores a la patria. Incluso si se trata de otros poderes del Estado legalmente constituidos con opiniones distintas
Indiscutibles las habilidades de López Obrador para llegar y mantenerse en el poder con altos niveles de popularidad, designar a su sucesora y asegurarle los votos necesarios a partir de las prebendas y dádivas otorgadas a sus aliados y a sus bases electorales a través de los programas de asistencia social.
Sin embargo, las habilidades para llegar al poder no han sido sinónimo de habilidades para generar y mantener un buen gobierno. En absurda suplantación de quienes hacen la historia, incluso antes iniciar su gobierno la ya lo había calificado como la cuarta transformación histórica de México. Poderosa narrativa con la que ha ocultado la inacción y la falta de gobierno.
La 4T no pasa de ser un movimiento político, instigado y orquestado por un viejo priista con el apoyo decidido del anterior gobierno que hizo todo para disminuir a la oposición del PAN y permitir el triunfo de Morena. Después de López Obrador, el principal actor político responsable de la llegada de la 4T es Peña Nieto. El absoluto descrédito al que ha llegado el PRI no es gratuito.
La señora Sheinbaum se presenta ahora como la continuación obligada de la 4T. Poco preocupada por la oposición a la que ve años luz atrás en las urnas, apenas le dispensa un vistazo y no contesta ninguna de sus preguntas; repite una y otra vez la versión triunfalista de la 4T construida por su mentor que aplica tanto al gobierno federal como a su propio gobierno en la CDMX: incontables logros y aciertos, constatados en la multiplicidad de premios que dice haber recibido. Ni el discurso ni la narrativa han cambiado un ápice.
El problema más grave de esta narrativa son las mentiras sobre las que está construida. Para ahorrarse constante repeticiones la candidata define su proyecto como el segundo piso de la 4T; esto es, la continuidad del gobierno de López Obrador. Si contemplamos la 4T como un edificio,
como ella lo está planteando, nos encontramos con fallas estructurales tanto en la cimentación como en el primer piso, difícilmente superables con meros discursos.
Las bases electorales pueden ser suficientes para sostener un proyecto político pero insuficiente para construir y sostener un proyecto de gobierno que sea pertinente y logre con eficiencia enfrentar los grandes retos en materia de seguridad, educación, salud y empleo, y otros indicadores básicos de bienestar. Incluso en la reducción de la pobreza, su principal bandera, el gobierno de López Obrador no ha cambiado la situación de los más pobres.
La ausencia de resultados en prácticamente todas las áreas de gobierno es consecuencia de la forma en que se han hechos las cosas. Los proyectos emanan de la evocación de fantasmas ideológicos y de ocurrencias con poco sustento técnico, jurídico y financiero. Las estructuras de gobierno se encuentran diezmadas, empobrecidas y con niveles mínimos de respuesta. Los recursos tributarios son escasos y se destinan prioritariamente a megaproyectos sin mayor sentido ni futuro y, a programas de asistencia social con orientación política. No existe diálogo ni acuerdos entre la clase política, la elite económica y la organizaciones sociales y, lo que en otras democracias sirve para frenar y contrarrestar abusos o desviaciones, como son la rendición cuentas y la transparencia, en México están prácticamente desparecidas u ocultas detrás de ficticios argumentos de seguridad nacional. Esta es la ruta por la que transita la candidatura de Claudia Sheinbaum.