Hace 20 años las democracias del hemisferio se encontraban en razonable estado de salud. En EUA el presidente Clinton dejaba la presidencia con una economía pujante y sin guerras por ganar o perder. América Latina se beneficiaba de las importaciones de materias primas para apoyar el boyante crecimiento de China y la mayor parte de sus democracias gozaban de razonable salud.
Dos décadas después el panorama hemisférico es radicalmente distinto. El 2001 marcó un parteaguas. Un reducido grupo de extremistas islámicos puso a temblar a la primera potencia mundial. Sus políticos aprovecharon para difundir la cultura del miedo, el nacionalismo y el proteccionismo. Las intervenciones militares volvieron. La crisis económica del 2008 empeoró las cosas. Su actual presidente, marrullero y tramposo, tiene a la economía al borde de la recesión y él mismo se ha colocado en la orilla del precipicio político. Para todos efectos del buen gobierno mundial, hace tiempo que perdimos a Estados Unidos, otrora paladín de la democracia.
Y en América Latina las cosas no están mejor. Venezuela inauguró el ciclo de los radicalismos de izquierda en 1999. Primero Chávez, y luego Maduro, han puesto a Venezuela en un estado de descomposición generalizada. Las democracias del sur, fortalecidas en las últimas dos décadas del siglo XX, también mostraron signos de desgaste. Las políticas, económica y social, presentaron fracturas y vulnerabilidades. Hoy en día presenciamos el desgaste, no menor, de las democracias en Chile, Brasil, Colombia y Argentina.
Bolivia siguió los pasos de Venezuela, que se basa en el principio de que es posible mantener el poder indefinidamente en un sistema democrático, si sus instituciones son debidamente cooptadas. En este modelo los equilibrios y contrapesos democráticos se convierten en mera simulación. El mayor peligro es que, una vez que se logra el control del poder ejecutivo, legislativo y judicial y, de los órganos electores, desaparece el fundamento democrático. Evo Morales fue por su cuarto período y se quedó en el camino. La manipulación democrática tiene límites. Sus logros sociales se verán truncados por sus errores de cálculo. Convirtió el proyecto social y su permanencia en el poder en sinónimo y se desbarrancó.
México también es parte del hemisferio y de América Latina. Su democracia, ejemplo para el continente en el siglo XX por su estabilidad e institucionalidad, se encontró con sus fallas e insuficiencias en el siglo XXI. La desigualdad y la ineficacia en materia de seguridad y buen gobierno abrió paso a una nueva vertiente, ideológicamente cercana a las izquierdas radicales del continente, pero con poco sustento democrático, si consideramos la democracia como sustento del quehacer cotidiano de gobierno. El avance ideológico exige el control de las instituciones del Estado y La manipulación democrática reaparece en su máxima expresión. Pero en este caso no sólo se considera necesario neutralizar y cooptar las instituciones del Estado. También se contempla neutralizar y cooptar el poder económico y social. Un proyecto demasiado ambicioso para ser realidad. La manipulación democrática, en un país con la geografía, dimensiones y complejidad de México, también encontrará sus límites.
Curioso que en el actual escenario la política exterior, propositiva y constructiva, parece tener poca cabida. Ningún gobierno en el continente es actualmente promotor de buenas causas. El multilateralismo, la principal herramienta de concertación y cooperación internacional, está en uno de sus puntos históricos más bajos. Estados Unidos ha puesto el ejemplo y México no es la excepción. En el controvertido asilo político otorgado a Evo Morales se agota la actuación internacional de once meses de gobierno. Nuestras democracias están aletargadas.
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