La democracia es una de las formas más antiguas de gobierno desde su aparición en la Grecia antigua. Su existencia, fortalecimiento y continuidad, depende de las decisiones de los pueblos que la adoptan. Lo que se ha visto a lo largo de la historia es que no existen garantías de permanecía y continuidad para las democracias. Lo mismo desapareció de la Grecia antigua que de los estados europeos que en el siglo XX adoptaron el fascismo, que no perduró.

El socialismo como modelo social y de gobierno no funcionó. La Unión Soviética desapareció a finales del siglo XX.  Sus países satélites recuperaron su independencia y en muy poco tiempo se alejaron del modelo socialista y de la actual Rusia. China, el otro gran experimento socialista, adoptó finalmente un modelo híbrido en el que prevalece la económica de mercado, especialmente en su interacción con el mundo.

En América Latina la presencia del modelo socialista fue muy limitada. La política de contención de Estados Unidos fue en buena medida responsable de esta situación; preferían las dictaduras militares al surgimiento de modelos con alguna influencia del exterior, que no fuera la suya. La excepción fue Cuba, que subsistió con el modelo socialista gracias al subsidio de la Unión Soviética y a su escasa relevancia en términos de territorio, población y economía para el continente.

En la actualidad la mayor parte de los gobiernos, sean democráticos o autoritarios, de izquierda o de derecha, funcionan con economías de mercado. Es el caso en todos los países que resultan competitivos y que cuentan con mayor calidad de vida. La gran excepción es China, modelo que podríamos llamar hibrido para todos efectos.

La historia también nos muestra que los nuevos modelos de producción, tecnologías, medicamentos, sistemas educativos, sistemas de comercialización, telecomunicaciones e inteligencia artificial, surgen de actores privados, no de los gobiernos. También nos muestra que las sociedades más dinámicas y productivas del siglo XXI son aquellas en las que prevalecen las libertade individuales, el estado de derecho y la certidumbre jurídica, así como la transparencia y rendición cuentas en los quehaceres gubernamentales.

En América Latina, después de varias décadas de dictaduras militares, la democracia se adoptó como modelo político en casi todo el continente. Sin embargo, las democracias tienden a ser inestables cuando sus instituciones, por juventud, fragilidad o mal manejo, pueden ser manipuladas por los políticos. Una de las causas más frecuentes de esta fragilidad es el reemplazo de todos los mandos y de buena parte de los operadores en las instituciones al momento del cambio de gobierno. La lealtad por encima de la eficiencia.

Las versiones sobre las variantes democráticos cambian en el tiempo y en el espacio, en función de sus protagonistas. En muchos casos, dentro y fuera del continente, ha ocurrido que un gobierno llega al poder por la vía electoral, pero una vez en el poder, busca la cooptación de los otros poderes mediante la manipulación de las institucione democráticas al punto en el que el poder ejecutivo se apropia de las funciones del poder legislativo y del poder judicial. Lo interesante es que por haber llegado al poder por las urnas, asumen que todas sus decisiones son democráticas, legítimas y que deben ser respetadas y obedecidas. Es común en estos casos buscar controlar, contener o sofocar a la prensa o a cualquier instancia de la sociedad civil que cuestione sus decisiones. A partir de este punto transitan hacia alguna de las formas de autoritarismo, la antítesis de la democracia. Aparecen así las democracias con falsete, esto es, gobiernos sin contrapesos, que se proclaman democráticos, pero que hace rato han dejado de serlo.

Los gobiernos de las democracias con falsete terminan por ser grotescos. Dos ejemplos recientes. López Obrador llegó al poder con la bandera del combate a la corrupción y no le faltaba razón. Hace unos días, envió una comunicación a Joe Biden, presidente de Estados Unidos, acusando a su gobierno de intervencionista por apoyar a la organización Mexicanos contra la corrupción.

Todavía más grotesco resulta el caso del presidente Nicolás Maduro, en Venezuela. Después de su última reelección con claros indicios de manipulación electoral desde el poder, al momento de exigir la oposición las actas de las casillas, solicitud contemplada en las leyes electorales de su país, Maduro no solo se las negó, sino que convocó a una conferencia internacional para proteger a Venezuela contra el fascismo.

El problema más grave de las democracias con falsete es la estela de destrucción de las instituciones democráticas que dejan a su paso. Su reconstrucción implica no solamente el retorno de un gobierno con vocación democrática, sino muchos años de trabajo constante para logara una nueva generación de gobernantes con vocación democrática. Los gobiernos de México y Venezuela se acompañan en el proceso compartido de la deconstrucción democrática para la mala fortuna de su pueblos y la de su vecinos. Sabemos cuando inicia ala destrucción, pero no la fecha de término.

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