Por muchas décadas México tuvo una política exterior que se caracterizó por una posición digna frente a Estados Unidos y por una política constructiva frente a América Latina y el resto del mundo. Con el gobierno de la 4T, estos dos componentes desaparecieron.
Es bien sabido que lo internacional nunca ha sido el fuerte de AMLO. En sus 100 iniciativas de gobierno no hubo ningún postulado, propuesta o idea de política exterior, excepto no viajar y suprimir los gastos y acciones de promoción de México en el exterior.
Ni siquiera el nacionalismo obtuso de Trump ha hecho reaccionar a AMLO o a su canciller. Por el contrario, sus amenazas han sido tomadas, por ambos, con el respeto y la sumisión debida. Cierto es que la posición de México nunca fue muy clara en el tema migratorio, pero con las amenazas a imponer aranceles la política migratoria de México dio un giro de 180 º. Ahora está muy clara. Se decide en Washington. Y el gobierno de México obedece.
El T-MEC ha sido tema central en la ríspida relación entre el presiente TRUMP y los demócratas. De nuevo fue México quien pagó los platos rotos. El subsecretario Jesús Seade dice que nunca aceptó lo que el ejecutivo de EU envío a su congreso como ley reglamentaria. Si lo engañaron o lo chamaquearon, ya no hace mucha diferencia. Lo más grave fue que, a las pocas horas, como caballos desbocados, los legisladores de Morena se lanzaron a ratificar el tratado, sin siquiera leerlo. Como Durazo en Culiacán, ahora Seade ganó con el T-MEC su lugar en la historia.
Nadie nunca había tratado así a México y nunca México se había dejado tratar así. Y AMLO parece hacerlo con gusto y deferencia. Una vez anunciado el juicio contra Trump, pidió a los mexicanos mirar con respeto el tema (léase a Trump) pues a México le ha ido muy bien en la relación con ese señor. Esta es la parte más difícil de entender. ¿Cuál es la agenda AMLO/ Ebrard? ¿Iniciarán ahora la campaña en EU y en México a favor de Trump? ¿Con qué propósito?
Las preguntas sin respuesta no quedan ahí. Las acciones más relevantes del actual presidente de México frente a América Latina han sido la defensa de Maduro y la defensa de Evo Morales. México se negó a participar en el grupo de Lima que denunciaba el carácter antidemocrático del gobierno de Venezuela y después mandó rescatar a Evo Morales, quien había fracasado en su intento por la tercera reelección, por ser anticonstitucional y por fraude comprobado. Y ahora AMLO y su canciller están enfrascados en una gresca diplomática con Bolivia que ya les valió la expulsión de su embajadora y sin embargo deben hacerse cargo de nueve partidarios de Evo Morales asilados en la embajada.
Podría pensarse que Morena y AMLO son de izquierda y que, por razones ideológicas, apoyaron a Maduro y a Morales, no obstante su perfil claramente antidemocrático. Lo que no checa en este escenario es su apoyo a Trump, quizás el político de ultraderecha más perverso que ha pasado por la Casa Blanca y que peor ha tratado a México. ¿Estamos frente a un fenómeno de esquizofrenia de Estado o ni siquiera así podemos explicar la política exterior de México? Ni la defensa de la soberanía ni la no intervención parecen preocupar al presidente y a su canciller.
Pero existe una tercer posibilidad que no debemos descartar y que es mucho más simple, pues se reduce a la ignorancia, la improvisación, las ocurrencias y la ausencia de estrategia y dirección. El presidente siempre decide –en eso coinciden todos sus colaboradores– la mayor parte de las veces sin conocimiento técnico, sin medir la consecuencias y a partir de principios y valores que poco tienen que ver con la razón de Estado. Esta hipótesis tampoco es descartable. Cualquiera sea la respuesta, la realidad no perdona. Las consecuencias de estas decisiones las veremos más temprano que tarde en el 2020.
Director del Grupo COPPAN