La peor decisión que puede tomar un capitán es ignorar las rutas de navegación elaboradas durante muchas vidas por quienes han observado y estudiado los mares, las corrientes, los vientos y las zonas de riesgo. El responsable del barco México parece ignorar las rutas de navegación que no se acomodan a sus planes y navega de acuerdo con lo que se imagina o le gustaría que fueran las vías marítimas y fluviales.

En el horizonte cercano boga un barco de mucho mayor calado, tripulación y carga. Ese gran barco le ha ayudado a México durante la mayor parte de su historia a sortear obstáculos y amenazas mayores, protegerse de tormentas y proveerse de combustible. Todo un historial que muestra que difícilmente podría México separarse de la ruta de ese barco mayor. No sólo sería absurdo pretender competir con ese barco que lo triplica en población, lo quintuplica en tamaño, en insumos y reservas; ignorarlo o despreciarlo podría traer graves consecuencias.

En el barco mayor hubo cambios. Cada cuatro años nombran a un nuevo capitán. Al capitán del barco México no le gustó el cambio. Había hecho buenas migas con el anterior, a pesar de su impopularidad entre las otras embarcaciones. Mientras el resto de las naves se apresuraron felicitar al nuevo capitán, el comandante del barco México optó por el silencio. Como si su navegación no se viese alterada por las decisiones del nuevo capitán.

A quienes se sorprenden de su posición intenta serenarlos con el discurso de que todo está muy bien, aunque con frecuencia se ven señales hacia el otro barco que invitan más a la confrontación que a la cooperación. Lo que no dice es que la mayor parte de las frecuencias de comunicación con otros barcos están apagadas, incluyendo la del barco mayor.

Estamos frente a una coyuntura inédita y extremadamente compleja. A lo largo de la historia millones de tripulantes y pasajeros del barco México se han traslado al buque vecino. Sus aportaciones han sido significativas para el buen curso de esa nave. Sin embargo, el trato que han recibido no ha sido el mejor. El flamante capitán ha decidido brindar un mejor trato a tripulantes y pasajeros que han venido de otros barcos. Ha decidido quitar boyas y trampas innecesarias para subir a su barco y revisar la situación de que quienes han llegado hace tiempo y reciben un trato distinto.

Hablar de que esto significa un mejor trato y disposición hacia al barco México sería inexacto. Las decisiones del nuevo capitán van dirigidas a los que han llegado de todos los barcos, no sólo del barco México; su propósito fundamental es generar mejores condiciones de convivencia al interior de su propio barco. Incluso las medidas para reducir las boyas y trampas en las zonas que comparte con el barco México son una decisión en la que el capitán del barco México no ha tenido ninguna injerencia. El nuevo capitán no lo hace porque considere que el acceso a su barco debe ser libre y sin restricciones, ni por simpatía hacia el capitán del barco México, sino por la convicción de que los controles pueden y deben ser distintos.

Sin duda la forma de ver el mundo del capitán de la nave vecina abre oportunidades para el barco México. Sin embargo, como se puede constatar en la historia de la navegación - y en la historia de la humanidad-, esto es un proceso de toma y daca. La gratuidad no es frecuente. Esperar beneficios sin dar nada a cambio resulta utópico.

Esperar beneficios sin plantear propuestas que resulten de mutuo beneficio, pertinentes, factibles y sustentables, es iluso. Esperar beneficios sin reconocer errores y ajustar lo que corresponde, es una quimera. Resulta como navegar sin pensar que para llegar a puerto hay que estar preparados, con amarras y anclas, pues de otra manera, es como navegar a la deriva.

lherrera@coppan.com

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