El pasado 9 de diciembre, producto de la volcadura de un tráiler en una carretera en Chiapas, resultó en la muerte de 56 migrantes centroamericanos. Este evento nos lleva necesariamente a la pregunta sobre si esta tragedia es un hecho aislado o un mero reflejo de la trágica situación en la que se encuentran los migrantes en México.
La situación de vulnerabilidad de los migrantes extranjeros en México los convierte en víctimas de todo tipo de abusos al ser objeto de explotación por parte de cualquiera que sepa que llevan dinero para su traslado a Estados Unidos y que no cuentan con quien los proteja ni los defienda frente al crimen organizado, frente a los abusadores oportunistas y frente a la vergonzosa actuación de algunas de las autoridades mexicanas que a los haitianos les piden entre 300 y 500 dólares para permitirles transitar por territorio mexicano hacia Estados Unidos.
La primera parte de la tragedia es que prácticamente no existe una política migratoria mexicana. Existen regulaciones administrativas, pero nada que explicite lo que la inmigración extranjera significa para México. Cualquiera que llegue sin dinero y sin papeles es indeseable. Quien se interna a México sin papeles no tiene prácticamente ningún derecho o al menos así es tratado por las autoridades.
Como fenómeno internacional el principal negocio está en la migración que se interna en nuestro país para llegar a Estados Unidos. Sería lógico pensar que, si México y Estados Unidos son lo principales socios comerciales de este continente y los migrantes económicos son parte de la economía de ambos países, el trato de estos migrantes derive de acuerdos entre ambos gobiernos. Nada más distante de la realidad.
La única política migratoria con la cuenta actualmente México es la impuesta por Estados Unidos desde que el presidente Donald Trump amenazó con derrumbar la alianza comercial si México no acataba órdenes en materia migratoria. Lo aceptó, primero Peña Nieto y después, con mayor entusiasmo, López Obrador, ferviente admirador de quien impuso esas condiciones.
El presidente Biden denunció públicamente las posiciones de su antecesor y prometió una nueva era para los migrantes. Poco ha logrado hasta ahora. Dio marcha atrás al programa Quédate en México, que consiste en que los solicitantes de asilo y/o refugio en Estados Unidos deben permanecer en México en lo que se procesa su solicitud, lo que podría llevar años. A la fecha suman muchos miles. Y de nuevo el programa Quédate en México está vigente gracias a la orden de un juez de ese país.
La narrativa de los estadounidenses se inclina hacia el espíritu humanitario. Ahora el embajador Salazar, con trasnochado romanticismo, habla de la necesidad de alejar a los migrantes del corredor de la muerte, en el que el crimen organizado y traficantes de personas son los villanos de la historia. “Quédense en sus patrias. No arriesguen la vida ni la de sus familiares”. Solo falta que los llame irresponsables cuando el principal incentivo para los traficantes de personas y las organizaciones criminales deriva de las aberraciones en la administración del fenómeno por parte de los gobiernos de México y Estados Unidos.
Para el gobierno federal mexicano los migrantes extranjeros no son prioridad. El único tema relacionado con la migración que entusiasma al actual presidente son las remesas provenientes de Estados Unidos que no han dejado de fluir a pesar de la pandemia y de las que habla como si fueran un logro de su administración. Lo que suceda a los haitianos, hondureños o pobladores del resto del mundo en territorio mexicano no es de su incumbencia. El cumplió con ponerles a la guardia nacional como dique de contención.
La cooperación entre los dos gobiernos en este y otros temas está en uno de sus peores momentos y no debemos esperar que las cosas cambien en un futuro cercano. La única luz de esperanza en este escenario son las organizaciones de la sociedad civil, los únicos actores que en realidad se ocupan de las necesidades y de la trágica situación de los migrantes. Las hay religiosas, seculares, mexicanas y extranjeras. Estas organizaciones y sus promotores luchan incansablemente por compensar de alguna manera las insuficiencias e ineficiencias de los gobiernos frente a la tragedia humana de la migración. Nuestra admiración y reconocimiento a todos ellos.
Chiapas no es una tragedia aislada. Es el reflejo de la trágica situación en la que viven los migrantes extranjeros en México, lo que empobrece y oscurece la imagen de nuestro país entre propios y ajenos.