Históricamente el poder nacional se ha medido por dos grandes componentes: el poder militar y el poder económico . Un tercer componente es la capacidad de organización y de liderazgo para conquistar y administrar el reino, el imperio o el Estado , hacia el interior y frente al exterior.
En el Siglo XX presenciamos un cambio radical de la lucha de poder en el sistema internacional. El uso del poder militar encontró su limitación en la capacidad para destruir varias veces el plantea. El poder económico se esparció por todo el planeta y se globalizó y aunque seguimos hablando del Estado como el actor principal del sistema internacional, algunas empresas con influencia y alcance mundial son más ricas que muchos Estados.
Otro rasgo distintivo del siglo XX fue el acelerado avance científico y tecnológico. Las comunidades científicas se convierten en otro factor definitorio del poder nacional. Finalmente, el siglo XX vio también el empoderamiento del ciudadano y de las organizaciones sociales frente al Estado, no como un fenómeno de debilitamiento del Estado, sino como un componente adicional del poder nacional.
Así, el poder nacional del siglo XXI se mide menos por el tamaño de los ejércitos y la capacidad militar que por el número de patentes y marcas de un país. Más por la eficiencia de sus sistemas de seguridad pública y de administración de justicia, que por la omnipresencia de los gobiernos. Más por sus niveles de educación y cohesión social, que por sus conquistas hacia al exterior.
México ha seguido una trayectoria ascendente en el fortalecimiento de competitividad económica internacional, muy ligada a la vecindad con Estados Unidos . Con avances científicos y tecnológicos incipientes en proporción a su tamaño, pero a tono con lo que sucede en el mundo.
En lo político se había avanzado en la construcción y consolidación de organismos autónomos del Estado en consonancia con lo que ha sucedido en las democracias más avanzadas. Aunque tardío, también se había avanzado en un proceso de creación y fortalecimiento de organizaciones sociales con capacidad creciente de cambio y transformación social. Todos estos procesos, sin duda perfectibles, contribuían a la creación de un poder nacional más acorde con las necesidades y condiciones de competitividad internacional del siglo XXI.
Los gobiernos de las últimas tres décadas, aunque en ocasiones a regañadientes, se fueron paulatinamente adaptando a la necesidad de estos cambios dejando espacios y funciones a otros actores de la sociedad frente a una realidad cada día mas contundente en la que el poder del Estado no es sinónimo del poder del gobierno.
El gobierno de la 4T de López obrador , de múltiples iniciativas y muy pocas acabativas, con sus decisiones diezma día con día el poder nacional de los mexicanos. En lugar de fortalecer los otros poderes y los organismos autónomos del Estado, ha buscado subordinarlos al poder Ejecutivo. En lugar de promover la competitividad económica de México, retoma senderos del Siglo XX que ya han sido abandonados por las economías más desarrolladas, como sucede en el campo energético. Su idea de repartir riquezas sin generarla quedó más que desacreditada con el fracaso de los modelos socialistas y comunistas del Siglo XX.
Sus decisiones respecto de la comunidad científica, el desarrollo tecnológico, la cultura y la educación, merman cotidianamente la evolución de estos componentes del poder nacional al pretender que vuelvan al control y dirección del gobierno central. Su indiferencia y hostilidad frente a las organizaciones sociales ponen en riego el trabajo de décadas de su construcción, aminorando así otro componente del poder nacional.
Paradójicamente, mientras que en la mayor parte de los Estados las fuerzas armadas constituyen el último recurso para asegurar la integridad territorial, del Estado y la población, en México el actual gobierno federal les confiere responsabilidad y funciones totalmente ajenas a las misiones para las que fueron creadas, con lo que demerita a estas fuerzas y las debilita como componente del poder nacional.
Es posible que los resultados de las próximas elecciones favorezcan al actual gobierno federal. De ser así, parece inevitable que el gobierno federal continúe contribuyendo a la vulnerabilidad del Estado y a la pérdida del poder nacional de los mexicanos.