El año 2021 pinta para ser un punto de quiebre en la vida nacional. Para el gobierno de López Obrador el año no pinta nada mal. Su proyecto político avanza sin mayores tropiezos. Cuenta con 64% de popularidad, la oposición no logra conformar un frente organizado, sus diputados cuentan ahora con la posibilidad de pasar a la reelección sin dejar el cargo y sus operadores políticos en el Congreso, encabezados por Ricardo Monreal, hacen complacencia de todas sus demandas y solicitudes.

Para darle una ayudadita adicional el fiscal general de la república se va contra el gobernador de Tamaulipas, lo que sin duda ayuda a cimbrar la Alianza Federalista, principal bloque opositor del primer mandatario. Como muchos de sus movimientos, el caso Cabeza de Vaca tiene pocas posibilidades de progresar. No importa. El daño ya está hecho. El objetivo es descalificar a la oposición y ganar tiempo. Los pronósticos hablan hoy de que en junio logrará mayoría calificada en el Congreso, lo que mantendrá a ese poder federal sumiso, humilde y obediente a su amo. Por si fuera poco, ya sobrevivió al coronavirus, a la caída de su entrañable amigo Donald Trump y a la llegada de su sucesor, Joe Biden. Sin duda los astros le sonríen.

Otra es la historia del país. El empleo, la productividad y el ingreso de los mexicanos se desplomaron en 2020. El centro de su discurso está en atender a los pobres. Misión incumplida. De acuerdo con el CONEVAL existen en México al menos 8 millones más de pobres que cuando inició su administración. Segundo tema prioritario de su discurso: terminar con la corrupción. Los procesos en contra de quienes han sido acusados de corrupción son tibios o inconclusos. No hay un solo pez gordo en prisión. Más del 80% de las licitaciones durante su gobierno han sido asignaciones directas. Está es, por mucho, la principal oportunidad de corrupción para cualquier gobierno. Para borrar pistas ha decretado que toda la información de sus proyectos prioritarios se mantendrá en reserva por los próximos cinco años, por razones de seguridad nacional. Lucha contra la corrupción sin trasparencia y rendición de cuentas no se llevan.

Parte de su reiterado discurso es que las cifras macroeconómicas no le interesan al pueblo, más atento en que llegue su pensión, beca o apoyo, que a cifras y datos que poco entienden. Incluso ha borrado de su discurso el crecimiento económico como indicador del estado de la economía.

La economía no es tan complicada como algunos la hacen aparecer. El crecimiento económico refleja los niveles de empleo, productividad e ingreso de una población. Sin inversión no hay producción, sin producción no hay empleo y sin empleo no hay ingreso. Así de sencillo. Más aún, sin empleo y sin ingreso no hay forma de terminar con la pobreza, ni de paliar la desigualdad. Es aritmética simple.

La tasa de inversión en México es hoy en día 17% del PIB. De hacer bien las cosas, eso apenas alcanza para crecer 1% en términos reales. Más grave aún es la situación de la inversión pública, uno de los principales detonadores de inversión privada, empleo, ingreso, etc. De 2008 a 2021 la inversión pública en México registra una caída del 45% al pasar del 6% al 2.5% del PIB, la tasa más baja de los últimos cincuenta años.

El actual gobierno federal no sólo invierte muy poco, sino que desincentiva la inversión privada, razón que llevó a la salida de capitales mexicanos por de 18 mil millones de dólares en 2020 (Banxico). Remesas vienen y los capitales se van. Y no es por la pandemia o por el temor a las vacas flacas, es por la actitud y las iniciativas del presidente. Dicho por propios y extraños, la reforma eléctrica recién aprobada presenta gravísimos problemas de legalidad, eficiencia económica y legitimidad internacional. La última palabra la tendrá la Suprema Corte de Justicia de la Nación, último reducto de contrapesos al poder presidencial.

En este escenario, debemos felicitar al presidente por la forma magistral en la que ha manejado su proyecto político personal. Sus probabilidades de triunfo en junio 2021 son muy altas. Y él lo sabe. Lo que parece ignorar, o importarle poco, es que este éxito ha sido a costa del resquebrajamiento económico del país, de la pérdida de la cohesión social, de haber sembrado el germen de la polarización, el descontento y la inconformidad de crecientes sectores de la población lo que, en conjunto o por partes, tarde o temprano habrá de agüitarle la fiesta. ¿2021 podría ser su punto de quiebre?

lherrera@coppan.com

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