Hace dos años, mis hermanos Javier y Joaquín, junto con los laicos Pedro y Paul, fueron asesinados en Cerocahui, Chihuahua. Durante las primeras 48 horas después de los hechos, vivimos una incertidumbre angustiante cuando sus cuerpos desaparecieron. Esta misma incertidumbre es una realidad diaria para más de 100 mil familias en México que enfrentan la devastadora ausencia de sus seres queridos.

En la búsqueda de justicia, hemos encontrado innumerables obstáculos por parte del gobierno local: dificultades jurídicas, políticas, sociales y criminológicas que perpetúan la impunidad. En México, más del 96% de los casos quedan sin investigar, reflejando una desoladora realidad en la que solo 4 de cada 100 delitos son investigados.

El perpetrador de los asesinatos de mis hermanos jesuitas fue ajusticiado en marzo pasado, pero esto no es justicia, es más barbarie. San Ignacio de Loyola, nuestro fundador, nos enseña a buscar la justicia hasta las últimas consecuencias.

Nuestra lucha no es únicamente por la memoria y justicia, sino también por todas las personas que sufren en silencio y con temor en todo el país. La violencia que enfrentamos es un reflejo del profundo dolor que padecen muchos; este sufrimiento desgarra nuestro tejido social y exige una atención urgente.

La violencia estructural en México afecta desproporcionadamente a las comunidades indígenas y a las periferias. La Compañía de Jesús se mantiene presente, a través de sus obras, atendiendo los clamores de la gente: migración, desapariciones, ejecuciones, feminicidios, entre otros.

Por ello, no somos indiferentes ante el desplazamiento forzado, los asesinatos y los abusos sexuales que afectan a miles de familias en Tila, Chiapas. Esto es inconcebible. Frontera Comalapa también es una tierra sin ley, y hoy abrazo a mis hermanos jesuitas que siguen acompañando a las comunidades en el sur. No podemos ser indiferentes al dolor. Javier y Joaquín nunca habrían callado, y la mejor manera de honrarlos es denunciando las injusticias que aquejan a nuestro país.

La cosmovisión rarámuri requiere tres años de rituales para alcanzar el consuelo, pero la amenaza constante del crimen organizado lo hace casi imposible. La familia de Pedro y Paul también merece una reparación integral. La Sierra Tarahumara necesita ver que se alcanza justicia para poder recomponerse.

Además, anhelamos que la Sierra avance en el acceso a sus derechos fundamentales, como la salud, la educación y la alimentación. La Tarahumara, siendo una de las regiones más marginadas y vulnerables, merece atención. Esperamos que esta deuda histórica con los derechos sociales sea abordada y se resuelva de manera prioritaria.

Los jesuitas continuaremos impulsando la paz en Cerocahui y en diversas partes del país. En marzo, firmamos el Compromiso por la Paz y la virtual candidata electa habló de diálogo y de construir desde las coincidencias. Hoy le tomamos la palabra para continuar este camino por la paz. Esperamos reunirnos con ella para analizar nuestros diagnósticos y trabajar juntos por un México más justo, pacífico y con respeto a los derechos humanos.

La memoria de Javier, Joaquín, Pedro y Paul nos impulsa a seguir adelante. Los jesuitas transformamos nuestro dolor en acción.

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