La economía mexicana enfrenta muchos y diversos retos de los que se habla con frecuencia: bajos niveles de ingreso, desigualdad social, sectorial y regional, insuficiente recaudación, mala asignación del gasto público, poca intermediación financiera, bajos niveles de productividad en muchos sectores y empresas y otros. En este 2022 vale la pena concentrarse en dos: el poco crecimiento, producto de niveles insuficientes de inversión y la inflación que no empieza a ceder.
Sería lógico pensar los primeros tres años del presidente Andrés Manuel López Obrador como los más difíciles de su sexenio en el ámbito económico. Después de todo, enfrentó una severa crisis como resultado de la pandemia Covid-19 que deprimió el producto interno bruto (PIB) en más de ocho por ciento en el segundo año de su gobierno, la caída más pronunciada de las últimas décadas. Visto así, el segundo trienio debiera ser un día de campo. No obstante, los retos que enfrentará el equipo económico del presidente quizá sean más difíciles de manejar, a pesar de que la pandemia ya no lleve a cierres ni confinamientos, ni se espere un desplome del PIB.
Por dos razones: la primera relacionada con los bajos niveles de inversión en la economía. La proporción de inversión sobre PIB de 2021 de 19.7%, para los tres primeros trimestres, representa, contra el pico de 2016, la caída más pronunciada desde 1995. En ese entonces, la crisis económico-financiera forzó a una reducción brutal de la absorción (consumo e inversión) para generar un amplio superávit comercial con el objetivo de revertir condiciones galopantes de deterioro macroeconómico. Ahora no se tiene ese pretexto; por el contrario, las estrellas se han alineado para que el país sea altamente atractivo a la inversión ante la necesidad de diversificación de exposición al riesgo chino, al tiempo que Estados Unidos ha tenido un incremento significativo de la inversión privada (de 4.6 puntos porcentuales de su PIB desde 2009), lo que la impulsa aquí, y en presencia de un exceso de liquidez que permite el financiamiento de casi cualquier proyecto.
La proporción de inversión a PIB no empezó a bajar este sexenio sino en 2017, cuando el gobierno anterior recortó drásticamente la inversión pública en infraestructura en un esfuerzo de consolidación fiscal, después de haber sobregastado, lo que se tradujo en menor inversión privada complementaria. Al inicio del mandato del presidente López Obrador se agravó el ambiente para invertir con la costosa decisión de cancelar el aeropuerto, y se desalentó el atractivo como sustituto natural de China al no contar con un plan de infraestructura que apalancara esta ventaja comparativa, al desestimar la importancia de la tecnología, al no favorecer la extensión de la red de gaseoductos para aprovechar los precios más bajos del mundo de gas natural y al poner en duda, de manera cotidiana, temprano en la mañana, el estado de derecho.
El costo de oportunidad ha sido inconmensurable. Para darse una idea de la dimensión, a pesar de estas condiciones y de escasez de partes para automóviles, el norte y, en menor medida, el centro-norte del país, observan condiciones récord de recuperación en términos de inversión en maquinaria y equipo, empleo, ocupación de parques industriales, exportaciones y actividad económica en general. Las cifras de comercio exterior de noviembre y diciembre lo corroboran: adquisición de insumos de importación (futuras exportaciones) crece 25%, compras de bienes de capital 21%.
El problema para el gobierno es que los bajos niveles de inversión de los tres primeros años permiten pronosticar bajos niveles de crecimiento para el resto del sexenio, situación difícil de revertir. El único ámbito que podría rendir frutos de corto plazo está en acelerar lo que funciona: la competencia exitosa con China en el mercado de Estados Unidos. Esto requiere de un estricto cumplimento con el Tratado México Estados Unidos Canadá (T-MEC), una campaña de promoción de inversión puntual en China, Japón, Corea del Sur, Europa, Estados Unidos, Canadá, para acelerar el proceso de relocalización y terminar, de manera procompetitiva, con la incertidumbre en el sector energético. Las largas colas en Los Ángeles-Long Beach, los problemas estructurales de China, su opinión desfavorable en Estados Unidos (80% de acuerdo con una encuesta reciente) y la compleja situación geopolítica, hacen de México destino todavía más atractivo, si supiera aprovecharse.
La segunda razón para esperar dificultades económicas de aquí a 2024 es la inflación que ha resultado más persistente de lo que se pensaba y más difícil de erradicar si cambia, como ya empieza, el proceso de formación de expectativas de crecimiento de precios. Una terca tasa alta (ya más del doble del objetivo del Banco de México y eso con precios de energéticos importantes reprimidos), que no empiece a reducirse, tiene consecuencias negativas en el poder adquisitivo (los salarios reales dejarán de mejorar), distorsiona la asignación de recursos y demandará medidas monetarias restrictivas contrarias al crecimiento.
La anticipación del Banco de México al posible endurecimiento de la política monetaria de la Reserva Federal ha rendido ya frutos, por ahora, positivos. Parece que se aprendieron las lecciones del pasado y se reacciona con oportunidad; por ello el peso no se ha devaluado ante la expectativa de mayores tasas de interés en Estados Unidos. Por supuesto, es también importante el hecho de que los mercados todavía consideren que la política monetaria de la Fed no va a ser demasiado restrictiva —lo que podría cambiar si su inflación no empieza a reducirse pronto— y que, en términos relativos, los instrumentos en pesos ofrezcan tasas reales mucho más atractivas que en dólares.
Además de apuntalar la independencia del Banco Central, el mejor antídoto para la lucha contra la inflación y para evitar un posible ciclo de devaluaciones eventuales, es el mismo que para la recuperación: hacer a México atractivo para la inversión en el sector real de la economía. Es decir, un estricto cumplimento con el T-MEC, promoción eficaz como destino de inversión y terminar con la incertidumbre en el sector energético. Flujos crecientes de inversión real cambian las perspectivas de la economía, inyectan confianza, fortalecen al peso, crean empleo y hacen menos probable un círculo vicioso de inflación y devaluación. Última y tardía llamada.