A menos que haya una sorpresa participativa, este domingo Morena confirmaría su preeminencia electoral en México. Si las encuestas no fallan demasiado, el resultado esperado más probable es cinco a uno o cuatro a dos en el peor de los casos para el partido en el poder.

La jornada electoral de 2022 es crucial para anticipar las posibilidades de triunfo en 2024 y para, potencialmente, moderar el incentivo destructivo de instituciones electorales. Del resultado se derivarán importantes lecciones. La principal seguirá siendo el desprestigio de los partidos políticos. La primera vuelta en Colombia hace unos días, sumada a los resultados en Chile y otros, muestran las debilidades de los partidos, sobre todo el sentimiento ciudadano de no sentirse representado y, más aún, desamparado. Los movimientos y candidatos antisistema siguen conquistando posiciones al apelar al déficit democrático que no concita lealtad y desincentiva participación.

Y es precisamente la baja participación la que maximiza la posibilidad de triunfos populistas populares. Por ello, en el caso de México se vuelve muy difícil, si no es que casi imposible, derrotar a Morena encabezada por Andrés Manuel López Obrador, sin una ola de participación que se pronuncie en su contra y opte por una agenda alternativa. La campaña antiamlo no es suficiente para producir un gran entusiasmo de ciudadanos independientes que inclinen la balanza en su contra.

Para lograr la participación se requiere de candidatos posicionados fuera de las élites partidarias, con un perfil distinto al de los gobernantes y que apelen al aspiracionismo que el populista rechaza a favor del tradicionalismo. Éste fue el caso de Samuel García, y su esposa, en Nuevo León y quizá también de Gustavo Petro y Rodolfo Hernández que se disputarán la presidencia de Colombia en segunda vuelta. Es importante entender el papel de TikTok en estas campañas y como instrumento para lograr una mayor participación de votantes jóvenes que aspiran a un cambio.

De ser el resultado cinco a uno o cuatro a dos, se confirmará la lectura de que la revocación de mandato no fue un fracaso para Morena y el presidente, sino que el 18% reflejaba una buena tasa de votantes para una elección sin consecuencia y no, como muchos piensan, el éxito del convencimiento de la oposición de no participar. Es más probable que la baja participación de los opositores al régimen reflejase desidia más que estrategia. Una alta participación el domingo, que sorprenda a los encuestadores con los resultados en Durango, Tamaulipas y/o Hidalgo, contradiría esta hipótesis.

El otro aspecto interesante de la jornada electoral será apreciar si la metamorfosis del PRI en Morena se consolida. Queda claro que una buena parte del éxito electoral de Morena es de corte priísta: los antiguos votantes por este partido en el ámbito rural y de clases medias urbanas han sido en parte, y por ahora, cooptados por Morena; los que antes hubieran sido candidatos del PRI ahora lo son de Morena (Durango, Hidalgo, Tamaulipas); la apelación al tlatoanismo; el éxito del PRI era la base de su éxito, a los mexicanos gusta estar con el que gana; la centralización del poder; el poco aprecio por la democracia; el uso faccioso de las instituciones del Estado para grabar conversaciones, usar información reservada para perseguir y dañar la imagen de contrincantes; privilegiar el dedazo vía encuestas ignorando procesos democráticos internos, y el verticalismo que no permite la disensión con la sabiduría del gran elector.

La adopción de la forma de proceder y comportamiento del PRI por parte de Morena, que todavía requeriría de su institucionalización y de la adopción de reglas, será quizá el resultado natural del proceso de alejamiento inevitable de Andrés Manuel López Obrador de su movimiento, por más que le cueste trabajo dejarlo. La pregunta será entonces si la concentración del poder que él piensa indispensable para el éxito de la cuarta transformación no resulta en el regreso inevitable de las formas del viejo PRI, sin contrapesos. Más aún, en la medida en la que los triunfos de Morena se expliquen por el voto clientelar, el movimiento hacia un partido con aspiraciones hegemónicas e intolerante sólo crecerá (denunciar votos como traición a la patria es un ejemplo).

Por ello es tan importante el proceso que definan los partidos de oposición rumbo al 24. De confirmarse el cinco uno o cuatro dos, muchos concluirán que las coaliciones no son la clave para derrotar a Morena y sus aliados. Lo que se requiere es maximizar la participación ciudadana en el proceso y abrir la puerta a candidatos distintos, contrastantes con la figura del presidente y sus corcholatas, sorpresivos, que apelen a la gran masa de votantes indecisos o abstencionistas y que puedan también capturar el favor de aquéllos que votaron por Morena en 2018 y ahora tienen dudas de volver a hacerlo. Se antoja difícil que una elección cupular del candidato o candidata de oposición tenga éxito. Es más probable que la opción sea competitiva a través de un proceso democrático abierto (en lugar de una coalición negociada) en que participen tres o cuatro candidatos por partido (incluido Movimiento Ciudadano) en dos vueltas para la selección del abanderado que presente una coalición opositora para enfrentar a la de Morena. Sin alta participación ciudadana y un proceso democrático que contraste con la encuesta-dedazo estilo priísta de Morena, difícilmente se logrará una competencia reñida para el cambio de relevo sexenal.

Quizá el secreto consista en subrayar la metamorfosis priísta de Morena y contrastarla con la posible metamorfosis ciudadana de todos o algunos de los partidos de oposición, en especial en el método de selección de candidaturas, abierto a los ciudadanos, y en posicionar a los candidatos de Morena como representantes del gobierno, del sistema que pretender consolidar a toda costa.

Twitter: @eledece

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