Las transiciones sexenales más complicadas han sido entre presidentes no sólo del mismo partido, sino cercanos, incluso aliados.  Destacan dos en el pasado más o menos reciente: López Portillo a De la Madrid y Salinas a Zedillo.  En ambos, las difíciles transiciones resultaron muy costosas.  El primer caso se tradujo en una década perdida, el segundo en la pérdida del poder.

La Secretaría de Programación y Presupuesto operaba una expansión insostenible del gasto público y solapaba “el orgullo de mi nepotismo”, todo bajo el argumento de que una vez en el poder se corregirían excesos y revertirían las nocivas medidas del último año de gobierno.  La nacionalización de la banca el primero del septiembre de 1982 que condenó al país a una prolongada crisis que retardaría el crecimiento y desarrollo por casi dos décadas fue la gota que derramó el vaso, el clímax del presidencialismo exacerbado sin contrapesos, sin Congreso o Suprema Corte que chistaran, con sólo dos honrosas renuncias que fueron excepciones en el equipo de gobierno.

Todavía en la resaca del populismo en marzo de 1983, el presidente de la Madrid aceptaría, como concesión al ala radical en que no confiaba, sendas reformas a los artículos 25 y 26 de la Constitución para establecer, de saliva, que el “Estado planeará, conducirá, coordinará y orientará la actividad económica nacional” y que el “Estado organizará un sistema de planeación democrática del desarrollo nacional”.  El plan C tiene como objetivo la costosísima actualización de estos preceptos de rectoría económica, 41 años después.

Con máxima presión demográfica por un altísimo cociente de dependencia (adultos mayores más menores de 15 años sobre fuerza laboral), México sufrió en esos años una extendida e innecesaria crisis económica, perdió su capacidad de endeudamiento y de acceso a los mercados de capital, cargó con el lastre del servicio de la deuda, el desplome del valor de los activos, una severa contracción de salarios reales y el desplome de niveles de vida.

El gobierno del presidente de la Madrid pagó una cara factura de una transición mal manejada y los excesos del gobierno anterior y cuyo presidente lo seleccionó sucesor como premio a su lealtad.  Terminó el sexenio aplicando otro oneroso programa de ajuste macroeconómico por la crisis de 1987, hija de la de 1982.  Es considerado como un buen presidente de México por haber asumido el costo que implicaba detener el deterioro del populismo anterior.

Los magnicidios de 1994 y los excesos macroeconómicos de ese año también complicaron la transición entre Salinas y Zedillo, a pesar de pertenecer al mismo grupo tecnocrático. Aunque también tuvo costos políticos y económicos monumentales, la recuperación de la profunda crisis de 1995 fue mucho más rápida gracias al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, al valor del presidente Zedillo de aplicar las dolorosas medicinas de manera inmediata, y al apoyo de Estados Unidos y la comunidad financiera, que permitieron a México no volver a quedar excluido de los mercados internacionales.  En términos políticos, el costo se hizo patente al perder el PRI la ciudad de México en 1997 y la presidencia en el 2000.  Todo como consecuencia de una transición sexenal azarosa y mal manejada.

Empezar mal implica un alto costo.  En especial por la gestación y la perspectiva de seguridad jurídica de largo plazo que requieren los proyectos de inversión para la construcción de la infraestructura dura (transporte-logística y energía) y la suave (tecnología-talento y estado de derecho).

Si no se empieza desde el principio del sexenio a sentar las bases para la construcción de infraestructura de transporte y logística que faciliten el flujo de mercancías y personas, conectar a las regiones más alejadas del país a la economía moderna, hacer eficiente el cruce fronterizo, y abrir la frontera marítima para conectar el sur con la costa este de Estados Unidos, no se terminarán a tiempo los proyectos. Hacerlos transexenales se convierte en un desincentivo para que la presidenta los inicie.  Sin transporte y logística, se decapita el locativo de nearshoring.

Si no se establecen desde el principio las reglas claras para la participación privada en el sector energético y para la definición de esquemas de financiamiento para grandes proyectos energéticos aguas arriba y aguas abajo, no se estimulará el suficiente interés para transitar a un mercado de energía abundante, limpia, diversificada, competitiva.  Sin el esquema energético adecuado el nearshoring será pequeño y la incorporación de valor agregado nacional tímida (todos los componentes interesantes de la manufactura son intensivos en ella: aceros, aluminio, minerales raros, fibras sintéticas, resinas, vidrios y fibras de vidrio, componentes de alta tecnología y semiconductores).  Si se tarda la definición, el gobierno ya no verá los resultados y entonces quizá no la promueva.

Si no se fomenta desde un inicio la excelencia académica, la meritocracia tecnocrática, la inversión en talento y centros de investigación, tampoco se verán los frutos durante el sexenio.  Sin tecnología y talento creativo, México podrá ser buen maquilador, pero no diseñador, ni creador de marcas, ni obtendrá patentes por sus ideas, ni aprovechará su ventaja comparativa clave, la intuición creativa.

Sin estado de derecho no habrá posibilidad de sufragar y financiar las inversiones en transporte y logística, energía, tecnología y talento.

El principal costo de las transiciones complejas y la falta de ambición inicial es que los sexenios son demasiado cortos para construir lo bueno, pero se hacen demasiado largos si sólo se dedican a reparar lo malo.

ForoTV

Este jueves dejo de participar en ForoTV después de 14 años.  Muchas gracias a Leo Zuckermann por su hospitalidad y a mis colegas de mesa por los buenos debates.  En estos años critiqué a los gobiernos en turno y propuse políticas públicas sobre todo tipo de temas.  Promoví, sobre todo, el establecimiento de la democracia liberal en México para lograr la igualdad en el respeto a los demás.  Si la salida es por razones ideológicas, orgulloso de haber defendido mis ideas.  Si es por edad y para “el relevo generacional”, bienvenidas las nuevas generaciones, es hora de que opinen y defiendan la libertad.

@eledece

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