El presidente Andrés Manuel López Obrador ha insistido en que su gobierno no es un solo cambio de partidos, sino de régimen, profundo, irreversible, y que debe medirse en términos históricos como una cuarta transformación. Pero, ¿qué es en términos concretos?
Uno pensaría que la transformación se concentraría en erradicar corrupción y privilegios, y en consolidar la democracia como principales instrumentos para una sociedad justa e incluyente. Sin embargo, la estrategia de concentración del poder a toda costa para supuestamente asegurar la irreversibilidad, de mermar la capacidad institucional y de identificar neoliberalismo, y por lo tanto competencia, con corrupción, está condenada a generar mayores exclusión y corrupción, como lo ha mostrado la historia de México en repetidas ocasiones.
Sin avances reales en materia de corrupción y democratización, la Cuarta Transformación se reducirá, en los hechos, a la implementación de los 25, luego 30 y ahora 31 (con la Línea 12 del Metro) proyectos y programas prioritarios de la administración, y al costo de llevarlos a cabo. El estilo personal de gobernar del presidente consiste en definir un número limitado de prioridades y dedicarse de manera plena a ellas, olvidando o dejando de un lado el resto de la acción de gobierno. El tiempo y el presupuesto del gobierno, y el suyo propio, se dedican para la implementación y supervisión de estas prioridades casi sin considerar las consecuencias del abandono de las otras muchas tareas públicas. Es muy poco probable que el presidente se distraiga en otros temas, les asigne recursos o escuche a sus responsables.
Esta jerarquización conlleva un costo muy significativo para un gran número de instituciones públicas y de actividades a todas luces importantes, pero que el presidente pondera sólo como el precio ineludible de la Cuarta Transformación que, a sus ojos, lo vale todo.
Con el inicio del fin del sexenio, a punto de entrar a su cuarto año, la urgencia presidencial para consolidarlas sólo va a aumentar. Es decir, habrá una necesidad creciente de acelerar el ritmo de implementación, sobre todo de los proyectos, por la obsesión de terminarlos antes de octubre de 2024. Se antoja difícil que pueda etiquetarse como exitosa la Cuarta Transformación sin una ejecución de calidad y a tiempo de las preferencias presidenciales. Más aún, al costo social, político y económico del abandono del resto de la acción pública no corresponderían los beneficios de las prioridades si éstas no funcionan o están inconclusas.
El reto de ejecución y el potencial de decepción son mayúsculos.
Las 31 prioridades pueden clasificarse en programas sociales, proyectos productivos e infraestructura. El éxito de los programas sociales sólo podrá conocerse con el levantamiento de la Encuesta Nacional Ingreso Gasto de los Hogares (ENIGH) y el análisis que haga de ella el Coneval. A finales de mes se publicará la ENIGH 2020, y a mediados de agosto el nivel de pobreza por parte del Coneval. En vista de la falta de crecimiento en 2019, el colapso de la economía en 2020, la ausencia de apoyo contracíclico y el impacto sanitario, se puede predecir con confianza un aumento significativo de la pobreza. Ya se verá si las “becas de bienestar” para educación básica, media y superior, las “100 universidades públicas”, “Jóvenes construyendo el futuro”, las “tandas del bienestar”, el objetivo de “atención médica y medicinas gratuitas” y las pensiones para personas discapacitadas y para adultos mayores (que se multiplicaron por dos) hicieron una contribución relevante. La ENIGH 2022 permitirá una medición final, en términos de cobertura e impacto, de estas iniciativas en 2023. Se verá, por ejemplo, si las transferencias a los hogares de los deciles más bajos subieron o no, si el apoyo educativo alcanzó a las poblaciones objetivo y si las familias tuvieron que dedicar más recursos de bolsillo para sufragar gasto en salud. No queda claro que terminen siendo mejores que esfuerzos de anteriores gobiernos.
El funcionamiento de los proyectos productivos es todavía más controvertido. La “producción para el bienestar” y el “crédito ganadero a la palabra” terminarán promoviendo muy poca producción y no contribuirán a la autosuficiencia alimentaria (México de cualquier manera es superavitario en agricultura). Los “caminos rurales” no son un buen sustituto de la actividad económica dinámica y el atractivo a la inversión para la creación sostenida de empleos bien remunerados. Los “precios de garantía para el campo” tienen un alcance muy limitado y fomentan la producción de bajo valor agregado. La probabilidad de que los “fertilizantes para el bienestar” sean producidos localmente es muy baja. La evaluación de “sembrando vida” dependerá de si resulta en reforestación neta.
Los proyectos prioritarios de infraestructura son los más visibles y los que darán un testimonio más evidente en el futuro. En materia de energía se verá si al final del sexenio se cuenta con mayor capacidad de generación y transporte, y con refinación holgada; por el largo periodo de gestación de estos proyectos y el claro desincentivo a la participación privada, el tiempo apremia para conseguirlo. El éxito del “Tren Maya” y del “desarrollo del Istmo de Tehuantepec” dependen de que se les conciba como parte esencial de la cadena logística de carga, no tanto de pasajeros, para conectar al sur de México con la costa este de Estados Unidos. El presidente López Obrador supervisará la obra cada vez con mayor frecuencia para apostar por su conclusión a tiempo. Sin un cambio de visión, habrá capacidad ferroviaria ociosa y una larga amortización del costo. Por su parte, la reparación de la Línea 12 enfrentará retos técnicos, económicos y estéticos no fáciles de superar.
Sin embargo, la principal herencia de la Cuarta Transformación y por la que la apuesta ha sido más alta es el “Aeropuerto Felipe Ángeles” en Santa Lucía. El sexenio de AMLO quedará marcado por la decisión de suprimir el NAIM, con el propósito de cortar de tajo con el pasado e imprimir una marca indeleble de cambio irreversible. La gran X que se ve por las ventanillas izquierdas al despegar del aeropuerto internacional de la Ciudad de México, quedaría como un gran tache si Santa Lucía no cumpliere con las expectativas presidenciales de ser una de las mejores terminales aéreas del mundo. Quizá por ello el “rescate del lago de Texcoco” se haya sumado ahora como la prioridad 26.