No resulta fácil exagerar la importancia de la elección del 6 de junio. Para el presidente Andrés Manuel López Obrador y sus seguidores, el veredicto representa una confirmación del impulso de lo que llaman la Cuarta Transformación, mientras que, para la oposición, la oportunidad de que sea la sociedad la que ponga un freno a su implementación.
Desde el inicio del gobierno, el objetivo presidencial ha sido que la jornada electoral intermedia sea un referendo sobre su mandato. Por ello la insistencia, fallida, de que coincidiese con el voto sobre la revocación del mandato y/o con la consulta sobre si debe o no enjuiciarse a expresidentes (con independencia del galimatías redactado, sin tener facultades para ello, por la Suprema Corte de Justicia de la Nación).
Para un presidente cuya narrativa señala que nunca ha habido en México una elección sin intervención presidencial, es paradójica la suya: la polarización continua tiene como fin que toda opinión o voto sea sobre él. Con esto logra ser, al mismo tiempo, el jefe de la campaña a favor de Morena y sus aliados, así como de la oposición en contra. El discurso de “o conmigo o contra mí” y “fuera máscaras” lleva a que cualquier planteamiento o decisión contraria a su visión sea calificada como producto de los adversarios con el único objetivo de revertir la Cuarta Transformación que él encarna. Ella es concebida como un hito en la historia de México, un parteaguas cuya importancia no puede aquilatarse en años, ni siquiera en décadas, sino más bien siglos y, por tanto, no sujeta a los vaivenes del capricho electoral ciudadano o de pesos y contrapesos de las instituciones constitucionales.
Es decir, la Cuarta Transformación es inevitablemente ganadora por su envergadura, por ser moralmente superior y por expresar la voluntad de un pueblo que no puede equivocarse. Visto así, debe haber un gran nerviosismo en Palacio Nacional ante la dificultad de predecir la elección inminente. Se padece ahora la maldición del triunfo arrollador de 2018, que dio pie a la ‘utopía posible’ de la Cuarta Transformación. Sería mucho más fácil si el comparativo fuere con un resultado menos abultado en 2018. Cualquier disminución implica un nivel de rechazo; un descenso pronunciado, uno rotundo.
A pesar de las encuestas favorables al presidente y Morena, va a ser muy difícil repetir la historia hecha hace tres años por lo que la elección implica una incertidumbre no menor sobre su resultado. El difícil pronóstico es producto de un conjunto de factores.
En primer lugar, y a pesar de una oposición inexistente en el ámbito nacional, pero con variada calidad local, es claro que las preferencias sobre AMLO y Morena se han erosionado. Se argumenta con frecuencia que sus números son extraordinarios cuando se toman en cuenta Covid-19 y la crisis económica; por supuesto. Sin embargo, hay también que recordar que ninguno de los presidentes antecesores había logrado la legitimidad de López Obrador en las urnas, ni la ausencia de cuestionamientos sobre el proceso electoral. Es decir, ninguno empezó en un nivel de aceptación y con expectativas tan altos; sólo Vicente Fox se acercaba. El hecho de que la aprobación a medio sexenio sea similar a la de otros implica que ha perdido más. Más aún, en las últimas tres semanas antes de la jornada electoral puede esperarse mayor erosión y no recuperación. Desde el punto de vista del partido en el gobierno urge que las elecciones sucedan ya.
En segundo lugar, no es fácil estimar el nivel de rechazo y el malestar de segmentos importantes de la población en edad de votar. Las encuestas todavía arrojan un alto porcentaje (cercano a un tercio) de encuestados que se clasifican como indecisos, pero sobre quienes no se sabe si van a acabar votando o si van a votar con patrones similares al resto. El resultado es muy sensible al supuesto de cómo repartirlos.
En tercero, el escrutinio será afectado por el nivel de participación ciudadana. En 2018 promedió 63.5%, pero con un diferencial de más de 15 puntos porcentuales entre las entidades del Estado de México hacia el sur y de Querétaro hacia el norte. En esta ocasión la participación será menor, como en todas las intermedias, pero con los ingredientes añadidos de 12 de los 15 gobiernos estatales en disputa del centro y norte, y el carácter plebiscitario a favor y en contra de la Cuarta Transformación que pueden incidir en una mayor votación.
En cuarto, queda la duda del papel de las maquinarias electorales. Hay una sospecha, fundada, de que la perteneciente al PRI operó a favor de hacer historia en 2018. La pregunta es si sigue siendo eficaz y si carburará ahora, mientras no se sabe si el ejército de chalecos guinda visibles en calles, centros de vacunación y plazas redundará en beneficios electorales.
A pesar de las repetidas promesas por parte del presidente de que no es igual a los otros y de que, ahora sí, el gobierno no intervendrá en las elecciones con recursos públicos, es patente que los programas sociales, que alcanzan a 40% de los hogares, según encuestas, tienen un fin electoral (no es casualidad que se haya anunciado el aumento de pensiones poco antes del inicio de la campaña) y que la vanguardia de los siervos de la nación tiene un fin proselitista.
La incógnita electoral se despejará en tres semanas. Para un presidente que asegura no interviene, no es poco dirigir el voto a favor y en contra, ni formular la competencia en términos de la inevitabilidad de la Cuarta Transformación, ni contar con los programas clientelares más extendidos en décadas. Por ello le importa y lo pone tan nervioso el resultado. La voluntad ciudadana será expresada por el ejercicio libre del voto. La calidad demócrata de los actores quedará patente en la aceptación del veredicto.
@eledece