De la misma manera en que suena imposible que todas las corbatas caras del mundo sean fabricadas con seda importada, se antoja también discordante que todos los banqueros centrales y secretarios de hacienda (usuarios de esa prenda, por cierto) digan que sus economías sufren de inflación “importada”. En vista de que no hay, todavía, comercio visible con ningún otro planeta, la probabilidad de que el aumento generalizado de precios sea puramente externo es similar a que tiemble más de dos veces un mismo día.
Es claro que para los encargados de las políticas económicas sea conveniente presentar el fenómeno inflacionario como externo. Su exterioridad también está relacionada con la socorrida explicación de que el aumento en precios encuentra su raíz en problemas de oferta y no de excesiva demanda. Obviamente, es mucho más fácil sostener la hipótesis de la importación cuando la inflación propia es menor a la del resto de los países y cuando su duración es limitada y corta. En la medida en la que la inflación persista, la explicación de problemas de oferta pierde atractivo, ya que los cambios en precios relativos que ellos provocan no implican crecimientos sostenidos, al tiempo que cuando la medida doméstica es mayor, es difícil creer que su origen sea importado.
Cuando el ciudadano promedio escucha a banqueros centrales y autoridades hacendarias repetir que la inflación es importada, concluye que están dispuestos a validarla independientemente de su alto nivel y por lo tanto a hacerla propia.
Durante la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a la Casa Blanca en Washington se ufanó, en su larga intervención en el momento de las fotografías habituales, de que México tenía una tasa de inflación menor a Estados Unidos gracias a las reducciones, e incluso subsidio, al IEPS sobre gasolinas, e invitó a los conciudadanos del presidente Joe Biden a cruzar la frontera para comprar el combustible, producido en su país, pero subsidiado aquí. Efectivamente, el incremento en el precio internacional del petróleo repercute en la tasa de inflación de Estados Unidos de manera más franca que en México, porque allí se permite la fluctuación inmediata de precios. Esta intervención parece apropiada, en el corto plazo, cuando estas cotizaciones van al alza, pero ya no tanto cuando bajan.
En la política, como en muchas otras facetas de la vida, los tiempos juegan un papel muy importante para determinar el éxito de alguna acción o intervención. El día anterior al discurso el precio WTI marcaba 104 dólares por barril de petróleo, mientras que durante la estancia en la Casa Blanca estaba bajando a 95. Ayer cerró en 84. Con estos descensos, aunque permanezca todavía alto y mayor a las estimaciones más optimistas de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), la tasa de inflación de Estados Unidos ha bajado por el efecto de gasolina y diésel más baratos, mientras que en México no lo ha hecho pues no se permite la fluctuación de sus precios de manera libre.
Es decir, la invitación a llenar el tanque en México resultó no ser atractiva. El problema macroeconómico reside en que, si los precios del petróleo no repuntan de manera importante, la probabilidad de que México reporte tasas de inflación superiores a Estados Unidos en los próximos meses de manera repetida será más alta. Y con tasas superiores a las del vecino, el pretexto de que la inflación es importada no será creíble.
Con una política monetaria de verdad autónoma, puede aspirarse a una tasa de inflación modesta (en el caso de México de tres por ciento) de manera independiente a lo que suceda en el extranjero. En esto radica la independencia. Por ello, toda desviación duradera (no efímera) por arriba de este ritmo de crecimiento en los precios, implica que no se está dispuesto a cumplir con el objetivo o no se logra hacerlo.
De hecho, el movimiento en los setenta y ochenta a favor de la independencia de bancas centrales a raíz de los procesos inflacionarios, respondió a las políticas exitosas puestas en marcha en varias economías no dispuestas a asumir inflaciones importadas como propias al validarlas. Los países que optaron por desligarse del crecimiento acelerado en precios a través de la independencia de sus bancos centrales lograron el control de la inflación con anticipación y con ello, en muchos casos, la revaluación con respecto otras divisas inflacionarias, y así un incremento en el valor del tamaño de sus economías, sus activos y los ingresos reales de sus ciudadanos.
En general, la inflación en México ha tendido a ser superior a la de Estados Unidos, incluso durante los últimos años en que estuvo relativamente controlada. Esto se debe a que, en promedio, la expansión de los agregados monetarios ha sido mayor y a que la acumulación de reservas internacionales (125 mil millones de dólares de 2008 a la fecha, incremento equivalente a dos veces el nivel al inicio del periodo) ha contribuido a evitar periodos de revaluación y, por lo tanto, a favorecer el arbitraje en contra del peso. En la política de acumulación de reservas del Banco de México se ha visto cierta simetría con respecto a la seguida por la SHCP en materia de IEPS a gasolinas: cuando el peso experimenta periodos de posible revaluación, el banco central aprovecha para acumular reservas internacionales para un futuro uso—que rara vez llega—mientras que cuando el precio del petróleo baja, la SHCP manipula el IEPS hacia arriba para mejorar la situación de las finanzas públicas. Estas políticas imprimen rigidez a la baja tanto del tipo de cambio como de la tasa de inflación. Es decir, en México no se ha tenido un régimen de flotación plenamente libre, ni tampoco un mercado de combustibles en que los precios fluctúen con libertad.
Con respecto a los agregados monetarios, vale la pena señalar que, en el caso de M1, esta variable se multiplicó seis veces entre abril de 2007 y junio de 2022 en México, pero 15 veces en Estados Unidos (por el agresivo relajamiento monetario en el contexto de Covid-19), mientras que M2 se multiplicó 3.6 veces en México y 3.0 en Estados Unidos para el mismo periodo y M3 por 4.0 en México y 3.0 en Estados Unidos. Es decir, para los agregados más amplios la oferta monetaria en México ha crecido más que la de Estados Unidos y no menos como pudiese pensarse, lo que amerita un análisis adicional.