Si bien el reto para los posibles candidatos de Morena es la dificultad de que dejará este gobierno para no poner en juicio la cuarta transformación, para los de oposición el reto de posicionamiento es aún mayor.

No pocos piensan, de manera equivocada, que hacer de Andrés Manuel López Obrador el centro de la campaña es la clave para evitar un nuevo triunfo de Morena.  La misma estrategia que en Palacio Nacional: hacer del voto del 2 de junio de 2024 un referendo sobre el presidente saliente.  Hay un porcentaje elevado de votantes movilizables con el argumento de que la continuación de la destrucción bajo el modelo actual sería catastrófica, por lo que es necesario salir a votar para rescatar al país.  No obstante, una estrategia negativa no es, ni será en ausencia de una grave crisis económico-financiera, suficiente.  En el contexto de la polarización actual hay una ola antiobradorista, pero no es ni generalizada ni tan potente como para arrasar el statu quo.

Los tsunamis de cambio fueron robustos en 2000 y 2018 por la decepción con el partido dominante (PRI en ambos casos), por las crisis de 1995 y la devaluación de 12 a 20 pesos por dólar bajo Peña Nieto, y por la habilidad de Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador de posicionarse como agentes del cambio: el primero, como la voz de la clase media, y, el segundo, como la de los desamparados y las clases bajas.  Curiosamente, en la campaña de 2000 la mayoría de los mexicanos era pobre, mientras que en 2018 clasemediera.

La inminente elección en el Estado de México será un buen barómetro de las condiciones atmosféricas para 2024. Permitirá observar el tamaño de la ola antiamlo, la fortaleza de la participación ciudadana y la percepción que tienen las personas sobre la dirección del país.  Importará no sólo quién de las candidatas sea la ganadora, sino el margen con que lo consiga.  Si bien en 2021 Morena y sus aliados obtuvieron en la entidad un número total de votos inferior al de los partidos llamados de oposición (aunque no lo eran en el estado), las condiciones eran distintas por ser una elección intermedia y en virtud de que la economía local se encontraba en el punto más bajo como consecuencia de la pandemia y las políticas que se adoptaron. Ahora la situación es diferente al elegirse gobernadora y por la importante recuperación económica en el estado de México en los últimos trimestres.

Alejandra del Moral puede ganar, pero sólo si logra una muy alta, mayor a la usual, participación ciudadana en el cinturón azul, a pesar de que no sea panista, y en el cinturón de Atlacomulco a Metepec, a pesar de la aparente ausencia del gobernador, además de obtener un porcentaje, aunque sea modesto, al oriente de la ciudad de México.  No es imposible, pero sin ello, la ganadora será la maestra Delfina Gómez.

En el ámbito nacional, la oposición podría ser viable también sólo con una muy alta participación ciudadana arriba del promedio, de entre 65% y 70%. Como en otros países, los movimientos populistas sólo pueden ser derrotados con participaciones inusuales por altas.  El ejemplo más claro es el de la derrota de Donald Trump a manos de Joe Biden. El presidente Trump obtuvo más votos, en términos absolutos, cuando perdió que cuando ganó. De hecho, su derrota lo coloca como el segundo candidato con más votos de la historia de Estados Unidos, por arriba de Clinton u Obama. Biden triunfó gracias a que la participación ciudadana fue la más alta de los últimos cien años.  Pero no sólo por la ola antitrump que generó el presidente en funciones, sino porque se presentó como candidato moderado, no polarizante, en un ambiente de gran división. Cualquier candidato demócrata más radical hubiese perdido con amplio margen.

Para concitar una alta participación una campaña negativa no basta, sino que se requieren propuestas que puedan atraer a votantes de distintos perfiles sociales, regionales, etarios y de preferencias políticas.  El primer gran reto para los partidos de oposición es bajar la altísima imagen negativa con que cargan, sobre todo el PRI, pero también el PAN, el PRD y MC.  Sin un mea culpa que parezca genuino se antoja difícil que el o la candidata de oposición tenga la autoridad moral para cuestionar al modelo de la cuarta transformación.  Quizá la única manera de empezar a cambiar su imagen consista en organizar un proceso de selección abierto a todos, sin barreras de entrada que propicien corrupción y con un proceso que entusiasme.  Uno en el que no haya concilios cupulares, ni marrullerías y en el que se respete el veredicto de los ciudadanos y en que perdedores apoyen al o a la ganadora.

También se requiere presentar una agenda, un programa de gobierno con una opción atractiva de rumbo y que permita sumar a grupos disímbolos detrás de la candidatura.  La tentación sería partir de una plataforma que argumente que México está y va muy mal y que se requiere un golpe de timón para corregir el curso. Tentación atractiva, pero errónea en ausencia de una fuerte crisis económico-financiera antes de que termine el primer trimestre de 2024.

Para la mayoría, el país no va mal, como confirman numerosas encuestas.  A pesar de que el crecimiento ha sido insuficiente y la inflación importante, los hogares cuentan con ingresos crecientes en términos reales, en especial por el incremento sostenido del salario real a todos los niveles desde 2013 (con excepción de 2017 por el gasolinazo) y complementado por las altas remesas y la expansión de los programas sociales. Por estas razones, es esperable una reducción significativa de la  cuando se publique su medición a principios de agosto.

Si los hogares están mejor, la mayoría de las empresas también: la medición más atinada de su salud es el valor agregado (nómina más utilidades) que generan.  Dada la fuerte creación de empleo desde 2013 (con excepción de 2019 por el cambio de gobierno y 2020 por la pandemia) y el incremento del salario real, la nómina tiene niveles récord. Por otro lado, aunque no se tengan datos regulares sobre utilidades (el Censo económico se publica cada cinco años), es claro que la recaudación del impuesto sobre la renta a personas morales sigue en aumento, en términos reales, desde hace una década. Esta recaudación refleja las utilidades de un socio casi mayoritario (el gobierno) y no se puede explicar sin un crecimiento de la base gravable, y no sólo por mejoras del SAT.

El crecimiento de los ingresos de hogares y empresas es producto de la continuación de las políticas económicas adoptadas en los últimos sexenios: finanzas públicas relativamente sanas, independencia del banco central y una apertura económica (aunque puesta en riesgo por importantes violaciones).  El mentado neoliberalismo rinde frutos.  Los beneficios serían mucho mayores si se estuviesen aprovechando, de manera plena, las enormes oportunidades del nearshoring; pero se ha preferido no hacerlo al privilegiar una política energética anacrónica e inyectar, cada día más, innecesaria incertidumbre a la inversión.

En lo que ha fallado catastróficamente el gobierno de Morena es en las políticas caras a la socialdemocracia: en la capacidad del Estado para asegurar la competencia, para el despliegue y uso de economías de redes, para la provisión de servicios de salud de calidad, para una educación que premie la excelencia y sirva como igualadora de las condiciones sociales, para la inversión en investigación y desarrollo, para la promoción de la cultura, para la defensa de las libertades, para avanzar en el imperio de la ley y garantizar la igualdad ante ella y para el fortalecimiento de la democracia.  Sin democracia, no se logrará nunca la inclusión, ni se erradicará la corrupción.  Al revés, la centralización del poder, verdadero significado de la cuarta transformación, llevará irremediablemente a mayor y no menor corrupción y a mayor y no menor exclusión.  Por una muy sencilla razón: con el poder centralizado sólo algunos tendrán acceso. Como en el PRI de antaño.

@eledece

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