Finalmente, Covid-19 no fue una simple gripe, ni un fenómeno transitorio como presentaron tantos gobiernos, incluido el de México. El virus sigue vivo e infectando más personas en muchos lugares del mundo.

El comportamiento del SARS-CoV-2 en el cuerpo humano y su transmisión infecciosa lo hacen un caso especial que ha costado mucho trabajo descifrar. Quizá nunca antes en la historia de la medicina se habían dedicado tantos recursos en tan poco tiempo para encontrar una cura y desarrollar una vacuna, en tantos centros de investigación en decenas de países. A pesar de ello, y aunque en los siete meses de pandemia mucho se ha avanzado en el entendimiento del Covid-19, de la transmisión viral y de cómo tratarla, todavía falta mucho por entender, no se tiene aún un remedio seguro y eficaz, y una vacuna promisoria no estará lista y distribuida masivamente en el corto plazo.

La dificultad para entender el comportamiento y dinamismo del virus está relacionada en parte con la aparente lentitud en la tasa de infección de arranque de la epidemia. La experiencia en varios países muestra que el número de infectados no crece de manera notable al principio, o parece no crecer si muchos de ellos son asintomáticos, para después acelerarse vertiginosamente. Este rezago en la tasa de crecimiento y su relacionada capacidad de contagio por asintomáticos, complican la contención de Covid-19 ya que no es posible aislar al infectado (como se hace idealmente para las distintas enfermedades infecciosas) y suben significativamente el costo económico al optarse por aislar a la mayoría no infectada. Al mismo tiempo, el hecho de que la población no perciba efectos visibles de la enfermedad y no identifique personas cercanas con el padecimiento llevan a minimizar el riesgo y a sentar las condiciones para su futura expansión exponencial.

El comportamiento diferenciado entre Asia y Europa, Estados Unidos y América Latina representa también un misterio. En los países asiáticos el número de personas confirmadas con Covid-19 y el número de fallecimientos es sensiblemente menor. El caso más remarcable es el de Japón: con 130 millones de personas y la población más vieja del mundo, al día de ayer tenía un acumulado de 984 fallecimientos o 0.8 personas por cada cien mil habitantes. En China, donde inició la pandemia, pero con una población todavía más joven, se cuentan 4 mil 641 muertes o 0.3 por cada cien mil.

Aunque es aún muy prematuro para entender esta diferencia epidemiológica quizá haya tres tipos de explicaciones, no excluyentes una de otra. La primera, sería de corte cultural. En Japón se descansa más en normas de comportamiento social que se cumplen sin coerción (uso de cubrebocas, higiene, etiqueta de saludos, distanciamiento) que, en confinamiento, cierre de lugares públicos, transporte masivo y restaurantes. La segunda, de naturaleza de organización social: en China, por ejemplo, se confinó de manera estricta a decenas de millones de personas, se estableció un sistema de pruebas y aislamiento obligatorio de infectados para detener la epidemia y se aisló al país del resto del mundo. La tercera sería de tipo epidemiológico. Algunos expertos especulan que el virus, quizá una versión menos aguda, habría circulado anteriormente e inmunizado una parte importante de la población en esos países.

El caso de India y sus vecinos es distinto y se parece más al de América Latina. El virus también tardó en expandirse en ese subcontinente, pero parece ahora hacerlo de manera acelerada y con un número importante de fallecimientos en términos absolutos, aunque no en relativos, por lo menos todavía.

El caso europeo presenta, así mismo, diferencias interesantes. El Reino Unido es el país más fuertemente afectado con 68 muertes por cada cien mil, seguido de España con 61, Italia 58, Suecia y Francia 44. En todos estos casos el confinamiento se adoptó de manera tardía o, en el caso de Suecia, no se llevó a cabo. En el otro extremo están Alemania con 11 por cada cien mil, Finlandia con 6, Noruega con 4.8 y Polonia con 4.2. ¿Por qué las diferencias?

Del otro lado del Atlántico hay también comportamientos diferenciados dignos de ser tomados en cuenta. En el norte de la costa este el número de fallecimientos por cada cien mil habitantes es exorbitante: Nueva Jersey, 175, Nueva York, 151, Connecticut y Massachusetts, 122. El medio oeste se parece a los peores países de Europa: Michigan 64, Illinois, 60, Indiana 42. Los estados del sur se habían comportado de otra manera, pero ahora experimentan altas tasas de contagio que empiezan a elevar el porcentaje de fallecimientos, aunque todavía muy por debajo del promedio de Estados Unidos: Arizona 34 por cada cien mil, Florida 22, California 18 y Texas 12.

En América Latina, Brasil tiene la tasa más alta con 39, seguido de Perú y Chile con 38, y México con 28. En este último el nivel de subestimación es significativo por lo que el número real es más de dos veces el reportado. No es imposible que ya se haya rebasado a los países más impactados de Europa, no sólo en términos absolutos, sino como proporción de la población total si el cálculo se hiciese correctamente con el exceso de actas de defunción con respecto a la media de años anteriores.

Esta variación en el comportamiento del virus representa un gran laboratorio para entender, eventualmente, la enfermedad. Las próximas semanas serán cruciales ya que se verá el efecto del desconfinamiento tanto en Europa como Estados Unidos. En el Reino Unido, España, Italia y Francia se podrá observar si el virus puede retomar velocidad de crucero o si estos países han alcanzado, en los principales centros de población, cierto nivel de inmunidad colectiva que dificulte el comportamiento epidémico de Covid-19; es decir, se observarían brotes relativamente aislados que no se traducirían en crecimiento exponencial generalizado. Una situación similar podría darse en el noreste de Estados Unidos en donde el número de personas inmunizadas con anticuerpos o con células T adaptadas contra SARS-CoV-2 podría ser suficientemente alto para prevenir una gran segunda ola.

Por su lado, en los estados del sur de Estados Unidos que no habían experimentado crecimientos explosivos se verá pronto si la tasa de letalidad se mantiene en niveles más modestos o aumenta de manera catastrófica. Parte de la clave, amén de la mejora en el tratamiento, consiste en evitar la infección de grupos vulnerables por edad o padecimientos crónicos.

En México, el pronóstico es más reservado por la falta de datos confiables tanto de contagios como de fallecimientos, por falta de pruebas y por el rezago en el reporte de defunciones de hasta dos semanas. Este aplanamiento artificioso en el número de decesos produce una menor pendiente de la curva en la subida, pero con el costo asociado de una meseta más larga y una más prolongada bajada. Difícil entender a quién ayuda esta manera de presentar datos negativos.

 
Twitter: @eledece

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