La sorpresa respecto al informe del presidente López Obrador del domingo de Ramos hubiese sido que abandonara la Cuarta Transformación para encarar la crisis sanitario-económica del Covid-19. No sólo no la abandonó, sino que dobló la apuesta al proclamar su profundización y anunciar el fin del neoliberalismo no sólo en México, sino en el mundo.
El presidente basa su optimismo para enfrentar con éxito el reto de salud y sobreponerse al tsunami económico que ya golpean a México en su naturaleza transitoria y en la fortaleza de la 4T. La transitoriedad es, obviamente, relativa. AMLO percibe su presidencia e impacto en la sociedad mexicana no en términos de años, ni de décadas, sino quizá de siglos. Está convencido de que su gobierno representa un punto de quiebre en la historia como aquellos pocos hitos que fundan un país. Siente también que la transformación es un proceso que ya se dio, cuyo suceso pertenece al pasado y que por ende la labor de su gobierno es sólo asegurar su irreversibilidad. Por eso no se puede echar para atrás.
El presidente cuenta con 25 prioridades inamovibles para la implementación de su programa de gobierno. Pedirle que las modifique es anatema y cualquier evento externo que las ponga en riesgo, no importa cuán relevante, debe ser puesto de lado para que no estorbe, incluido el coronavirus y sus víctimas.
Visto en un contexto que va más allá de décadas, la crisis del Covid-19 parece transitoria, un detalle, un bache en el camino que con el tiempo terminará olvidándose y no se notará en el curso del progreso nacional. Esta valoración es equivocada en dos dimensiones: la 4T no puede ser considerada como un momento fundacional del México moderno, o por lo menos, no todavía. Por otra parte, esta crisis no es un detalle en la larga historia, sino que tendrá un impacto duradero en todo el mundo y un altísimo costo humano, en vidas; social, en la forma de relacionarse; y económico, por los desequilibrios que producirá, varios de ellos permanentes.
Subestimar la profundidad de la crisis que se vive es un gran error. El reto que se enfrenta es, quizá, el más severo de los últimos cien años. La sociedad mexicana está siendo vapuleada por un choque sanitario sin precedentes y para el cual el cuerpo humano no tiene todavía anticuerpos. Hasta ahora en México no ha empezado la fase más crítica de la pandemia. Sin embargo, es iluso, y desde el punto de vista de planeación negligente, pensar que el mexicano será inmune al SARS CoV-2. Las curvas de crecimiento basadas en fallecimientos, las de contagiados confirmados no sirven por el bajo número de pruebas, no colocan al país en la trayectoria de naciones como Japón o Corea del Sur que han manejado la pandemia de manera ejemplar, sino que indican una aceleración del contagio similar al promedio, por lo que debe esperarse un muy rápido incremento en el número de decesos en las próximas semanas que se contarán no en cientos, sino miles. El sistema de salud quedará abrumado y con poca preparación a pesar de que el retraso de la expansión en territorio nacional debería haber permitido pertrecharse de equipos de pruebas y curativos. Vienen días muy difíciles.
En el ámbito económico se enfrenta un choque masivo de oferta con el cierre de cadenas productivas en manufactura y servicios de todo tipo. Un choque más, de demanda, por el colapso del consumo y la inversión que implican el aislamiento y la falta de liquidez. La caída en ventas e ingresos para familias y empresas restringen de manera severa la liquidez, que puede fácilmente traducirse en una crisis de solvencia en serie que ponga en riesgo no sólo la actividad económica, sino la recuperación al final del proceso.
Además, se enfrenta un tercer choque por el incremento de la incertidumbre y la volatilidad, que impacta los instrumentos en pesos por la alta tenencia, antes del Covid-19, de valores denominados en moneda nacional que aprovechaban el diferencial de tasas de interés. Inversionistas de muchos países, y nacionales también, se endeudaban en dólares, euros o yenes a tasas cercanas a cero y compraban deuda en pesos para ganar tasas superiores a 7%. Esta estrategia, llamada carry-trade, funcionó durante varios años, pero ya no es atractiva por el incremento en la volatilidad de los mercados internacionales y del riesgo país.
Resulta irónico que varios de los líderes populistas que ahora gobiernan (Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson, López Obrador) hayan llegado al poder gracias a crisis previas y ahora les toque enfrentar la más profunda. Todos ellos se formaron en la oposición y utilizaron las crisis y a las medidas para paliarlas como catapulta para su posicionamiento y campañas. Por ello la dificultad que encuentran para modificar los parámetros que probaron exitosos para ganar el favor de un electorado cansado de gobiernos ineficaces y de la corrupción, a favor de un esquema para enfrentar con éxito el cuádruple choque del Covid-19.
Ante este panorama desolador uno esperaría un plan integral, liderado por el gobierno, para paliar los efectos más graves de la crisis que ahora inicia. El presidente, sin embargo, tiene otros datos y espera que cada uno enfrente el vendaval a cappella tanto en términos sanitarios, como económicos. La escalofriante realidad que se observa en el extranjero no ha hecho mella en los planes de gobierno ni ha impreso un sentido de urgencia, ya que la crisis es sólo “transitoria”.
Curiosamente, valdría mucho más la pena un plan si la crisis fuere transitoria, ya que sólo requeriría de un puente de liquidez para cruzar las aguas turbulentas, que cuando se está seguro de que el río es tan ancho y profundo que no merece la pena invertir en la construcción de un puente que no llegará a la otra orilla. Sin embargo, si esa fuera la evaluación, entonces sería indispensable preparar a los hogares para que allí se atienda la abrumadora mayoría de los casos, realizar cientos de miles de pruebas para confinar a contagiados asintomáticos, aislar a la población vulnerable por su edad y/o padecimientos crónicos, y tener un sólido programa para poder regresar a laborar: pruebas y más pruebas para identificar infectados y curados, estrictos protocolos sanitarios y de higiene en centros de trabajo y medios de transporte, uso universal y obligatorio de mascarillas seguras, estricta etiqueta social saludable y cierre de actividades en centros donde se inicien contagios.
En resumen: comportarse como Japón y Corea del Sur. Mientras, a cappella.
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