Resulta un tanto curioso observar el diagnóstico que tienen los gobiernos de China y Rusia sobre las fortalezas y debilidades de la economía de mercado y la democracia liberal, y contrastarlo con el creciente consenso de analistas occidentales sobre el supuesto fin del neoliberalismo, así como con su renuencia a defender la globalización como expresión más acabada del mercado abierto. Los acontecimientos en China y Rusia este 2022 parecen contradecir este consenso.

Más curiosa aún es la lectura de muchos de que la caída de Liz Truss como primera ministra de Gran Bretaña es símbolo del fracaso de las políticas a favor de mercado, cuando quizá señale el eventual regreso del consenso de Washington como ingrediente necesario para el restablecimiento de la estabilidad macroeconómica.

Una de las principales autocríticas occidentales a la apertura comercial y a la globalización, consiste en la supuesta ingenuidad que implicaba promoverlas como catalizadoras de la transformación de los regímenes no democráticos de China y Rusia. Se han vertido ríos de tinta sobre el aparente fracaso de la agenda aperturista como agente modificador de las sociedades china y rusa y sobre cómo sus gobiernos han aprovechado la apertura de occidente para tomar ventajas en el ámbito económico y tecnológico, con respecto a China, y en el de la seguridad y las instituciones democráticas, con respecto a Rusia.

Sin embargo, las recientes acciones de estos dos países parecen contradecir esta argumentación. Tanto la invasión de Vladimir Putin a Ucrania, como la consolidación del poder de Xi Jinping para un tercer periodo, responden a la evaluación de ambos de que, por razones de seguridad nacional, es imprescindible detener la invasión del virus de las “decadentes” democracias liberales.

En el caso de Putin, su preocupación estriba en la evaluación estratégica de que, si la occidentalización (el establecimiento de una democracia liberal con una economía descentralizada) de los países de Europa Central alcanza a Ucrania, inevitablemente llegará también a Rusia. Es decir, la justificación de seguridad nacional para la invasión revela, en realidad, la relativa debilidad interna con respecto al menospreciado modelo occidental. Refleja una estrategia defensiva imprescindible no tanto desde una posición de fuerza que permitiere vislumbrar su éxito, sino desde una de debilidad estructural que busca evitar que Ucrania se europeizare y después lo hiciere el resto de la región. El hecho de que equipare su “triunfo” en Ucrania a la derrota del sistema occidental, revela este afán defensivo. Lo mismo puede decirse de la ofensiva de destrucción y desacreditación de instituciones democráticas, con bastante éxito coyuntural, por cierto.

En el fondo, el argumento del gobierno chino no es muy distinto y la consolidación del poder en su presidente refleja también el temor de que en China se aspire a mayor libertad y el monopolio del Partido Comunista sea cuestionado. El éxito de la economía china a partir de 1989, sin paralelo en términos de superación de la pobreza de cientos de millones de personas, es resultado de la descentralización de las decisiones a favor de miles de empresas y emprendedores y millones de trabajadores. China ha transitado de una economía rural de bajísima productividad, con hambrunas y alta ineficiencia, a un serio competidor por el liderazgo tecnológico con Estados Unidos, Japón y Alemania en una variada gama de actividades productivas. Tanto así, que no pocos predijeron con seguridad que el siglo XXI sería asiático, con China como su motor imbatible.

La transformación sin precedente se dio en un contexto de creciente descentralización de la toma de decisiones de agentes económicos, de globalización de sus cadenas productivas, de la satisfacción de, e influencia sobre, las preferencias del consumidor en el mundo entero, de alta competencia interna y externa, así como de fuertes inversiones públicas en educación, energía e infraestructura de transporte. El alto crecimiento respondió, en un primer momento, a las ganancias, relativamente fáciles, por la reasignación de recursos del campo a la industria, por la conquista de mercados externos con base en bajos costos y por altos porcentajes de inversión sobre el producto interno bruto. Para contrarrestar la llegada de rendimientos decrecientes, la economía china se embarcó en una profunda revolución tecnológica y en el desarrollo de cadenas productivas que aseguraran la variedad y la calidad, ya no sólo la escala, de insumos para innovar y competir en las industrias creativas, desde la moda hasta la muy alta tecnología.

Este salto tecnológico (el opuesto al “gran salto adelante”, al abismo, de Mao Tse Tung y su revolución cultural) y la gran recesión de 2008-09 prendieron, no obstante, las alarmas del Partido Comunista y lo llevaron, con Xi Jinping en el poder, a la recentralización de las decisiones y recorte de alas a la libertad de los desarrolladores tecnológicos y a emprender un redireccionamiento del impulso al crecimiento al ámbito interno a través del desarrollo de los bienes raíces. La precipitada caída en los valores de capitalización de las empresas tecnológicas chinas simboliza el daño del ánimo centralizador, mientras que Evergrande es el nombre perfecto para un modelo de crecimiento insostenible.

La confrontación de modelos entre occidente y China y Rusia en esta década de los veinte será decisiva para el resto del siglo; es mucho lo que está en juego. El fiel de la balanza, no obstante, quizá esté en el avance de las libertades en el sur de Rusia y el oeste de China si Irán, con las mujeres al frente, y otros países musulmanes, se infectan con el mismo virus.

La paradoja consiste en que los gobiernos de China y Rusia tienen una clara evaluación de que, para sobrevivir, sus regímenes necesitan inocularse de la democracia liberal, la cual sólo puede existir si las decisiones económicas son descentralizadas, mientras que en occidente no pocos piensan importante replicar la eficiencia ingenieril del gobierno de Pekín y otros concuerdan con varios de los límites a la libertad caros a Moscú.

En la defensa de la libertad, de la democracia y sus instituciones, ahora más que nunca es importante estar del lado correcto de la Historia.

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