En un ambiente electoral crispado, como si no faltaran motivos para acrecentar los desgarramientos que la sociedad mexicana padece desde hace tiempo, agravados por la demagogia y el radicalismo recientes, sobrevino la tragedia de la Línea 12 del Metro.

Al momento en que escribo los fallecidos suman 25, los heridos 79, muchos se encuentran hospitalizados. Madres y padres de familia, niños, jóvenes, personas de la tercera edad, cuyas vidas se truncaron, los sobrevivientes tendrán secuelas físicas y psicológicas.

El siniestro se está politizando. Penoso resultará comprobar entre la búsqueda de culpables o la tentación de encubrimientos, la ausencia del verdadero sentido de justicia. Peor si se impone la habitual despreocupación por la debida compensación a las víctimas y a los afectados directos e indirectos. Imperdonable si se soslayan los altos riesgos con los que opera el Metro.

Reconozcamos una exigencia ética para todos: en este escenario de dolor humano se debe preservar lo sustantivo: la dignidad de las víctimas directas y colaterales. Evitar nuevas lastimaduras por pasiones facciosas con discusiones electoreras estridentes de corto plazo.

Entre desastres, con miles de muertos: por la pandemia, por violencia de los delincuentes y por accidentes predecibles y culposos, vamos en camino a las urnas. Acudiremos a la cita del 6 de junio con la estabilidad política y económica fracturadas por el abuso de poder: centralismo, expropiaciones a capricho, intentos de desafuero, amagos contra el sistema republicano y delirio autocrático.

Estas elecciones han tomado una dimensión inédita. Por el contexto descrito y por el número de puestos públicos en disputa, rebasa la importancia de una rutinaria evaluación de medio término para el gobierno federal en turno.

Nos encontramos, como ya lo han advertido voces con diversas sensibilidades políticas, ante una encrucijada histórica: una ruta es avanzar hacia el perfeccionamiento de nuestra democracia; como fórmula de convivencia para lograr la justicia en la libertad y edificar una sociedad decente y civilizada.

El otro camino es retroceder, despeñándonos —otra vez— por el desbarrancadero de la irresponsabilidad y la corrupción, encadenados a un ideologismo absolutista y de esta forma sumergirnos —aún más— en el pantano del empobrecimiento de los mexicanos y la clientelización dictatorial de la miseria.

Ciertamente no ayuda a este trascendental discernimiento la decadencia de nuestra política; evidenciada en la frivolidad, insensatez y miopía con la que un buen número de actores políticos se comportan en esta coyuntura. Unos, por radicalismo, han convertido la campaña en un herradero; otros, por falta de formación, la confunden con vodevil. Abundan los que no comprenden, ni intentan adquirir una visión integral del país y su futuro; van por el hueso y sus privilegios temporales.

No habrá mejor porvenir para tirios y troyanos, si la clase política no hace un comprometido esfuerzo por mejorar su calidad. Requerimos un trabajo conjunto plural, partidista y social, para sembrar e instalar entre nosotros buena y mejor política; la que surge del reencuentro entre competidores y el diálogo entre diversos, en donde se debaten razones y se escucha con respeto para producir bienes públicos reales.

Analista político.
@lf_bravomena

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