Asistimos, horrorizados, a una campaña política marcada por la incivilidad y la barbarie. Existen esfuerzos de algunos candidatos y liderazgos cívicos, así como de algunos árbitros y jueces electorales, para que la lid partidista se conduzca bajo las mínimas normas de la convivencia democrática; lamentablemente tales empeños no prosperan.
Se ha impuesto la pasión destructiva, dominan los ánimos de aniquilación entre los competidores; el abuso de poder despliega acciones disolventes, atenta contra el desarrollo de un proceso electoral que merezca el reconocimiento de elecciones verdaderamente libres.
A la espectacularidad vulgar y vacía muchos personajes postulados que han arribado a la contienda sin la menor formación política, se agrega la siniestra expansión del crimen como factor decisivo en buen número de municipios y regiones.
En estas condiciones, el frenesí por las encuestas y por los pronósticos de los resultados que arrojen las urnas está de más. No quiero decir que éstos sean irrelevantes; importan —son la sustancia del proceso— tanto la composición plural de la Cámara de Diputados y de los Congresos locales como el talante de los nuevos gobernadores y munícipes, pero todo ello aportará bien poco al bien de la nación mexicana si la metástasis del cáncer de la intolerancia y la degradación política siguen avanzando después del 6 de junio.
Por ello es importante aplaudir, reforzar y multiplicar todas aquellas iniciativas orientadas a recuperar la buena política y abrir espacios de diálogo social y político. Hay que acudir a votar, pero más importante será participar en trabajos para generar caminos de encuentro pluralista, horizontal y republicano.
Después de las urnas hay que afiliarse a las corrientes propositivas que contribuyan a sanar de las cargas de odio sembradas en el cuerpo político de la sociedad mexicana. Al día siguiente respaldemos acciones que reviertan las pulsiones de exterminio de los piensan diferente, apoyar a quienes promuevan un ambiente de escucha entre adversarios y se esfuercen en identificar convergencias entre sensibilidades políticas contrapuestas, para construir soluciones a los problemas del país con atrevimiento constructivo, diagnósticos realistas, sin ceguera ideológica.
El incansable Porfirio Muñoz Ledo abrió recientemente el espacio de diálogo “Movimiento por la República “, ofrece un decálogo conductor fundado en el respeto: entre poderes, al sistema federal, a la independencia del poder judicial y a los órganos constitucionales autónomos, a la sociedad civil, a los pueblos originarios, a la libertad de opinión, a la información, a las actitudes independientes nacionales y a la voluntad popular.
Otro ámbito de encuentro lo promueve la Academia de Líderes Católicos, en ella convergen personas con vocación y responsabilidades políticas militantes en todo el abanico partidario de México e Iberoamérica. Inspirados por el magisterio y estilo del papa Francisco estudian los problemas de actualidad en un ambiente de amistad social.
Rehacer la cultura del parlamentarismo en nuestra sociedad es tarea prioritaria. Las Cámaras de diputados, federal y locales, y la de senadores, son por definición la casa y diálogo, urge rescatarlas de la incuria intelectual en la que el vendaval antipolítico de la furia demagógica las arrastra.
Analista político.
@lf_bravomena