Avishai Margalit, filósofo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, sostiene: “Una sociedad civilizada es aquella cuyos miembros no se humillan unos a otros, mientras que una sociedad decente es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas.” (La Sociedad Decente, 1996.)
En estos días de reflexión electoral pensemos en estos conceptos. Hagámonos dos preguntas: ¿los mexicanos nos humillamos unos a otros? ¿Nuestras instituciones humillan a los ciudadanos?
Al comenzar las campañas escribí ¿Y después del 6 junio; locura o reencuentro? (http://eluni.mx/lkj2m). Estaba claro que este proceso electoral podría ser el fin del sistema político que surgió de la transición democrática.
Antes de iniciarse la fase de competencia, las normas escritas y no escritas para desarrollar una liza equitativa ya estaban pisoteadas y rotas; el regreso del autoritarismo les pasó por encima. Los puentes de comunicación institucionales y entre las fuerzas participantes ya estaban fracturados; más tarde esos maltrechos canales de comunicación volaron por los aires.
El pronóstico de aquel texto se quedó corto. El radicalismo y la cultura de la aniquilación del rival se impusieron. El crimen, organizado o de cualquier otro origen, se apersonó impunemente en el escenario: es factor electoral sin freno alguno. Llegaremos a las urnas con un ambiente cargado de odio, con violencia física y verbal.
Falta ver cómo se desenvuelve la jornada del próximo domingo y conocer sus resultados. Seguirán, sin duda, aguerridos litigios. ¿Hasta dónde nos llevarán?
Salvo el INE, no parece haber ninguna otra institución capaz de garantizarle a los mexicanos una desembocadura justa y pacífica a esta descarnada riña política. Lo dejaron solo. Los órganos del Estado mexicano caminan por rumbos diferentes, no comparten el mismo compromiso democrático.
Las condiciones estructurales para cambios y alternancias aterciopeladas se esfumaron. En 1997, cuando el Ejecutivo perdió el control de la Cámara de Diputados, fallaron las maniobras del partido oficial para nulificar los efectos de su derrota. No prosperaron, entre otras causas, porque el presidente Zedillo desautorizó esa operación que daba al traste con el acuerdo político conclusivo para democratizar al viejo régimen.
Ahora nos hemos internado en la selva y la barbarie. Nos toca a los ciudadanos reconducir al país por el rumbo de la decencia y la civilidad. En estas páginas Roger Bartra propuso potenciar nuestro sufragio (Las elecciones: un acto civilizatorio, http://eluni.mx/2iadl 01/06); para generar equilibrios y reacomodar, en bien de la República, las piezas del rompecabezas político del país.
No sé cuántos votos tendrá uno u otro partido, ni qué candidatos ganarán las diputaciones, las gubernaturas y las presidencias municipales. Lo importante es que las urnas griten; que la nación mexicana no puede ser gobernada con talante humillante; con ideologías maniqueas, con estructuras excluyentes, sin respuestas para los lastimados por la desigualdad y la violencia.
Formamos un poliedro social, cultural y político que es preciso armonizar: el todo es más importante que las partes. Sintonizar al coro de muchas voces que es la sociedad mexicana, sólo es posible con diálogo plural orientado a edificar una sociedad decente y civilizada.
Analista político.
@lf_bravomena