“El odio, antes que sea demasiado tarde, hay que extirparlo de los corazones. Y para hacerlo es necesario el diálogo, la negociación, la escucha…”
—Papa Francisco, abril 2022.
El ambiente político nacional se ha cargado de odio. Es un fenómeno reciente. No hace mucho tiempo todavía se podían escuchar con tolerancia las opiniones de las diversas corrientes de opinión de la sociedad mexicana.
Los mexicanos estábamos orgullosos de poder expresarnos libremente y por haber edificado un marco de convivencia pacífica y democrática, sin que la competencia partidista se convirtiera en enemistad a muerte.
Se atrofió el ejercicio de la sana dialéctica parlamentaria, con la que se construye el andamiaje jurídico-político de la acción del Estado, mediante la exposición de argumentos y el estudio científico de los problemas nacionales.
La sesión del domingo pasado en la Cámara de Diputados y los días posteriores son una demostración de esa destrucción del debate político. Horas de gritos y aullidos sin mayor contenido sustantivo, la estridencia y el histrionismo vulgar invaden la casa del diálogo y han desmantelado el taller del tejido de acuerdos y consensos.
La recurrencia al insulto y la reiteración de consignas huecas, repetidas ad nauseam, exhibe el vacío argumentativo, las inseguridades e ignorancia de quienes, mas que ocupar con dignidad curules y escaños, parecen estar en sillas eléctricas.
En el clímax de este pandemónium, una arrebatada legisladora de la secta oficialista ha propuesto la crucifixión; sí, leyó usted bien, crucificar a los doscientos y pico diputados de la oposición que votaron en contra de la propuesta del presidente de la República. Así, sin más trámite, colgarlos en la cruz por el delito de enviar al basurero de la historia la contrarreforma eléctrica.
No se piense que fue un exabrupto, explicable en el enervado ambiente del recinto de San Lázaro. Semejante regresión a la barbarie exhibe la subcultura política inoculada en las filas del partido en el poder, por líderes maniqueos que viven en un mundo de amigo-enemigo y predican la aniquilación de los perversos.
En sus círculos pululan ideólogos extremistas logreros, los que al tiempo de succionar las suculentas mieles del poder excitan los egos del “conmigo o contra mí”. Así, fuera de sus incondicionales no ven más que traidores a la patria a los que hay que linchar y conducirlos al Gólgota de Iztapalapa, o por lo menos, al paredón electoral para no perder el toque revolucionario caribeño.
Es ridículo, pero no impensable. En mi colaboración anterior (Voces para nuestros días, http://eluni.mx/2blmip) cité las lecciones de Timothy Snyder contra las dictaduras. Una de ellas: “Presta atención a las palabras peligrosas”.
Al escucharlas debemos prender las luces de alerta, porque marcan la ruta hacia los campos de concentración, instigan las noches de cristales rotos, justifican los gulags, son el germen de los genocidios y llevan al horror que hoy nos conmueve: el arrasamiento de Mariupol y Járkov; en suma, aniquilan la libertad.
@lf_bravomena