Estamos a unos días de la 9ª. Cumbre de Las Américas convocada por el presidente Biden. A estas alturas no sabemos qué jefes de Estado concurrirán.
Sea cual sea el número, procedencia y tendencia de los asistentes y ausentes, no cabe duda que los retobos y complicaciones, con los que ha tenido que lidiar el líder de la otrora indiscutible nación más poderosa del mundo para reunir a sus colegas regionales, constituye un verdadero signo de los tiempos. Señal indubitable de que el viejo “orden” internacional ha declinado.
En mi colaboración “México y el nuevo sistema internacional” (EL UNIVERSAL, 19 de mayo), comenté que en este escenario de fin de época y de restructuración del sistema internacional, es obligado privilegiar el auténtico interés nacional y no dejarse arrastrar por pasiones y emociones ideológicas. La identificación del interés nacional debe ser producto de un diálogo colectivo y plural, nunca imposición de caprichos y fobias sectarias.
En el marco de estas cavilaciones, recordé las enseñanzas del gran diplomático que fue José Juan de Olloqui, con quién la vida me concedió el privilegio de cultivar una breve amistad que se interrumpió por su fallecimiento, pero que duró el tiempo suficiente para apreciar su gran visión, sobre la necesidad de transformar en ventaja real la colocación de nuestro país en el mapa del mundo. Tenía una perspectiva profunda, fincada en nuestra realidad geográfica y en la experiencia histórica.
El embajador de Olloqui era un gran anfitrión, en su casa de Coyoacán organizaba comidas en las que prohijaba el diálogo entre diplomáticos, dirigentes políticos, parlamentarios, intelectuales, empresarios, para charlar sobre problemas nacionales e internacionales. Se producía un delicioso intercambio de puntos de vista que a todos los comensales nos enriquecía. No eran discusiones, ni debates, más bien una especie de amigable academia.
Una de aquellas tertulias se realizó cuando se debatía si México debía integrarse a la economía de América del Norte mediante el Tratado de Libre Comercio. En el PAN habíamos formado un grupo de estudio sobre el tema y publicamos un informe titulado “Estrategia para la Incorporación de México al Comercio Internacional” (EPESSA,1990,) su propuesta central era que nuestro país, tenía una vocación natural para ser “eslabón multidireccional en el comercio internacional”, participando sin exclusividades en los espacios económicos de Norteamérica, Latinoamérica, Europa y el Pacífico.
De Olloqui sostenía una tesis semejante, así la expresaba: “México cuenta con una extraordinaria multigeopoliticidad. Pocos, si no es que muy pocos países en el mundo tienen la privilegiada situación geográfica de México…Debemos dar un salto cualitativo y también definir nuestra acción internacional de acuerdo a nuestros intereses… Nuestra política debe ser una sabia conjunción de principios e intereses…” (Temas selectos de banca y política exterior mexicana, 1983-1990, Editorial Universidad de Guadalajara, 1991.)
Esas consideraciones tienen vigencia paras las decisiones que muy pronto México deberá tomar para ubicarse en el sistema político internacional que surgirá de la actual crisis.