El arreglo político que surgió al finalizar la Segunda Guerra Mundial, modificado décadas después por la desaparición del imperio soviético, ya se agotó.
Las instituciones multilaterales, las reglas para la convivencia pacífica entre naciones, plasmadas en tratados, convenciones y acuerdos en diversas materias, así como las normas no escritas —pero funcionales— para los equilibrios pragmáticos entre las mayores potencias, son ineficaces para resolver los problemas globales.
Los cambios históricos son de larga maduración y en ellos intervienen muchos factores. Acontecimientos que parecen inexplicables en realidad corresponden a la fusión de elementos larvados con anticipación; estos, al combinarse, desatan grandes crisis y reacciones disruptivas. Cierran una etapa y comienza un tiempo nuevo.
Los acuerdos entre los aliados que derrotaron al Eje Berlín-Roma-Tokio, crearon un sistema bipolar y un conjunto de organismos que propiciaron la estabilidad mundial, pero también la guerra fría entre dos sistemas ideológico-económicos, con múltiples conflictos en diversas zonas del planeta.
Tal estado de cosas se modificó radicalmente al derrumbarse el sistema comunista internacional. Proceso marcado por dos fechas: la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991.
Al arreglo bipolar lo sustituyeron la hegemonía de los Estados Unidos y el liderazgo de las democracias occidentales con economía de mercado. El modelo se expandió por los cinco continentes. Todo bajo el Consenso de Washington y el paradigma del fin de la historia (Fukuyama): la libertad triunfó. Algo semejante a la antigua sentencia latina: “Roma locuta, causa finita” (Roma habló, el caso está cerrado).
Diez años después, en 2001, el gozo comenzó a hundirse con el ataque de los radicales islámicos al símbolo del sistema triunfador, arrasando las Torres Gemelas WTC de Nueva York. Siete años después, la misma Urbe de Hierro fue el foco de la Crisis Financiera Global 2008, que fracturó las economías del mundo y desató fuertes reacciones sociales y políticas, entre otras, el auge de las autocracias populistas de diversa factura ideológica. Y, como en otras crisis del pasado también llegó la peste: la pandemia Covid-19.
Así, mientras hybris (soberbia-codicia) causaba estragos en el campo democrático de libre empresa, en el extremo oriente se acrecentó el poderío económico, tecnológico, político y militar de la República Popular China. Cautiva su modelo de socialismo con características chinas. Su influencia se consolida en amplias zonas del planeta.
Por su parte, Rusia recordó su vocación e influencia imperial. A sangre y fuego avanza para reconstituir su espacio vital y recobrar su papel de jugador inexpulsable en el ajedrez de la historia mundial.
Lo que en estos días ocurre es la aceleración de la lucha para reconfigurar el sistema político internacional.
México es una potencia media que los competidores desean fichar para su bando y el gobierno ha colocado al país en una riesgosa encrucijada. En este contexto la decisión clave para los mexicanos es ¿cuál es la estrategia que mejor salvaguarda el interés nacional? Interés que no debe confundirse con pasión ideológica. Definirla no le corresponde a un solo hombre.
@lf_bravomena
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