Para reconocer el aporte de las mujeres en la hechura de la nación, el domingo pasado se develó la última de 14 estatuas del Paseo de las Heroínas, ubicado en la avenida Reforma. Hecho relevante en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer.
Falta camino por recorrer en esta labor; muchas mujeres merecen monumentos. Las heroínas de la vida diaria: madres de familia, maestras, profesionistas, empresarias, líderes sociales, artistas; todas poseen méritos para honrarlas con estatuas en en los sitios más concurridos del país.
Lo anterior es imposible; por ello, quienes controlan monopólicamente las autorizaciones para erigir efigies en los espacios públicos son selectivos. Allí comienzan las injusticias, los olvidos y las invisibilizaciones. Es común que en la decisión predominen las tendencias ideológicas y políticas, así como la cultura oficial en turno y su correspondiente memoria-amnesia histórica.
Por ello, en el marco de las jornadas dedicadas a promover los derechos de la mujer y a valorar las luchas femeninas, concurrentes con la movilizaciones de las ciudadanas y ciudadanos mexicanos para defender al INE y el derecho a elecciones libres; justo es recordar el heroico episodio que protagonizaron en 1968 las mujeres de Baja California, para reclamar el respeto al voto.
Como es bien sabido, en aquellas fechas, el viejo régimen posrevolucionario se encontraba en una coyuntura crucial: colocado en la cúspide de una barranca. Los resultados económicos del modelo del desarrollo estabilizador lo tenían en las alturas, con reconocimiento internacional reflejado en el otorgamiento de la sede para la XIX Olimpiada. Al mismo tiempo, caminaba en el filo de un despeñadero: el sistema autoritario estaba agotado. Su desgaste se manifestaba en inquietud social, conflictos sindicales, rebelión estudiantil e insurgencia electoral. El partidazo invencible comenzó a sufrir derrotas: Hermosillo, Mérida, entre las más significativas; en Baja California las elecciones municipales no fueron la excepción.
El PRI perdió abrumadoramente en Mexicali y Tijuana. Fiel a su naturaleza, con autoridades electorales controladas por el mismo gobierno y el glorioso Ejército Nacional utilizado como brigada de choque, intentó imponer a sus candidatos a punta de bayonetas; misma receta que repetiría después para reprimir a los universitarios en la Ciudad de México. La fuerza de los ciudadanos lo impidió.
Para no reconocer los triunfos del PAN y dar salida al conflicto, el gobierno federal ordenó que se formaran Consejos Municipales. Una maniobra tramposa para burlar el voto popular. Entonces las mujeres de Baja California tomaron el liderazgo de la lucha por el respeto al voto.
Reunidas en Tijuana, encabezadas por Cecilia Barone de Castellanos, decidieron organizar una caravana de mujeres para apersonarse en Palacio Nacional y exigirle al presidente Diaz Ordaz respeto al sufragio efectivo. No las recibió, les mandó porros a hostigarlas.
Pero el pundonor de aquellas mujeres rindió frutos: perseveraron y vieron triunfar su causa. En las elecciones de 1989, Ceci Barone fue coordinadora de los grupos ciudadanos para la defensa del voto. Dieron a luz la primera gubernatura reconocida a la oposición. Ernesto Ruffo pasó a la historia. Ellas merecen una estatua.