La feroz disputa por la Casa Blanca es, también, una batalla por la reconfiguración del llamado orden internacional.

El sistema de equilibrios que surgió de la Segunda Guerra ha periclitado y está en transición hacia su innovación progresiva o su demolición. Las instituciones y reglas de entendimiento pragmático que surgieron de aquel arreglo están rebasados; la pandemia del Covid-19 exhibió plenamente su inoperancia.

El modelo envejeció. En sus 75 años pasó por tres periodos distinguibles: la etapa bipolar de guerra fría 1945-1989; con lucha entre los paradigmas del occidente libre frente a los totalitarismos de izquierda. Dejó una cauda de conflictos regionales y enfrentamientos locales.

Aquella primera fase duró cuatro décadas, finalizó cuando la URSS se derrumbó; algunos vástagos sobrevivieron y sus gérmenes ideológicos siguieron desarrollándose en otros espacios con diversas modalidades, al grado de emerger como nuevas potencias mundiales.

Con la caída del Muro de Berlín comenzó la segunda fase (1989-2016). Se propagó la utopía del fin de la historia (Fukuyama); el milenario proceso de globalización, acelerado por los avances científicos y tecnológicos, tomó la ruta del capitalismo neoliberal —no confundirlo con el modelo de economía social de mercado—, al mismo tiempo se desató la tercera ola democrática (Huntington) que barrió con los gobiernos autoritarios, el de México incluido.

El fin del bipolarismo derivó en el unipolarismo de Estados Unidos. Tal paraíso también se desplomó: el derribamiento de las torres gemelas de Nueva York en 2001 y la quiebra financiera internacional de 2008, cuyo epicentro se localizó en la casa Lehman Brothers Holdings, marcaron el principio del fin: tras la tragedia del World Trade Center reaparecieron en la escena mundial el fundamentalismo religioso, su hermana la xenofobia y la guerra; con el crack de Wall Street la crisis económica arruinó a las economías de los países; sus secuelas son aún visibles en el empobrecimiento de amplios sectores sociales.

La tercera fase, 20016-(?) es la transición, a caballo entre la agonía del modelo agotado y uno nuevo, cualquiera que resulte del actual juego de fuerzas en la cancha geopolítica.

La transición está jalonada por el renacimiento del populismo y el empoderamiento de caudillos y movimientos con programas “iliberales”, autoritarios, y proteccionistas que rebasan, por la derecha o la izquierda, al establishment y al encuadre partidista tradicional.

Su primera campanada fue la ascensión del cómico Beppe Grillo y su Movimento 5 Stelle al primer plano de la política italiana en 2009; de ahí para adelante personajes del mismo talante y perfil demagógico brotaron como hongos en todas las democracias, en un terreno abonado por la ira, la frustración y el resentimiento de las masas populares ante las desigualdades y exclusiones derivadas del globalismo neocapitalista y del mercantilismo socialista asiático, así como por democracias sin Estado de derecho.

La victoria de Trump en 2016 colocó en el corazón del sistema la disrupción populista. Lo que habrá de venir se juega en estas horas en las que se cuentan los votos. La aguja de la historia se balancea entre la propuesta reconstructiva de Biden y la nacionalista unilateral del republicano.

Analista político. @lf_bravomena

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