En estas fechas las comunidades cristianas conmemoramos acontecimientos sustantivos de nuestra fe: la institución de la eucaristía, conocida como la Última Cena; la pasión y muerte de Jesucristo, recordada como Viacrucis y la celebración de su resurrección.
De diversas formas y con variados ritos, por más de dos mil años los relatos fundantes de la religión cristiana han avivado las devociones de muchos pueblos; tradiciones que son parte de la cultura popular, constituyen un patrimonio vivo e intangible. También son atractivos para peregrinos y turistas.
Algunos de los eventos de este género que gozan de mayor reconocimiento en nuestro país son: La escenificación de La Pasión en Iztapalapa en la Ciudad de México; la Procesión del Silencio, fundada por la Orden del Monte Carmelo y comunidad taurina de Sevilla, implantada posteriormente en nuestra tierra, la que se lleva a cabo en San Luis Potosí es la más notable; la representación de La Judea, en las calles céntricas del municipio de Purísima de Bustos en Guanajuato; un movimiento de teatro popular único en el mundo, creado en 1872 por el artista plástico Hermenegildo Bustos, utilizando máscaras de madera diseñadas y talladas por él mismo.
El abundante patrimonio cultural inspirado en los relatos evangélicos sobre los últimos días de Jesús, toma en Jerusalén y en Roma una dimensión diferente.
Jerusalén es el lugar de los hechos; ni la destrucción de la ciudad, en el año 70 d.C, por el general romano Tito, ni el proyecto del emperador Adriano, en el año 130 d.C. —que llenó de horror al pueblo judío—, para reedificarla como metrópoli romanizada, con el nombre de Elia Capitolina, bajo la protección de dioses romanos, ni las tragedias que ha sufrido a lo largo de la historia, le arrebataron su milenaria esencia mística y trascendente. Ahí mismo, una vez más, la pasión de Cristo será rediviva.
Roma, por su parte, es el epicentro de la rama católica del cristianismo, sede del papado, institución depositaria de la sucesión del apóstol Pedro, el discípulo a quien le entregó las llaves de su iglesia; de Tierra Santa se trasladó a la capital del imperio romano para cumplir la misión encomendada. Ahí fue crucificado de cabeza y se veneran sus restos. Sobre su tumba, desde el siglo IV d.C, se levanta la Basílica que lleva su nombre. En ese marco, las ceremonias litúrgicas de la Semana Santa, que preside el Papa Francisco, adquieren un fulgor y espesura únicos.
A mediana distancia de la Colina del Vaticano, se encuentra la Basílica de San Juan de Letrán, en sus inmediaciones hay dos sitios especialmente vinculados a las narraciones sobre la Pasión de Cristo. La Scala Santa y la Iglesia-monasterio Santa Cruz de Jerusalén.
La Scala Santa: la tradición la reconoce como los 28 escalones de mármol de la casa de Pilatos que Jesús ascendió para ser juzgado.
Santa Cruz de Jerusalén: iglesia que Elena —luego canonizada— madre del emperador Constantino, ordenó construir en terrenos de su residencia, para depositar las reliquias de la Crucifixión que ella misma transportó desde Jerusalén. Las localizó durante un viaje de exploración a los lugares santos que realizó en 327 d.C., en el que, según las crónicas, presenció el descubrimiento del Santo Sepulcro. (Armstrong, Historia de Jerusalén, 2005).