La ideologización de la pobreza y su manipulación política, siempre termina en dictadura. Así dice el Papa Francisco con palabras contundentes:

“Un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los vemos. No sirve una mirada ideológica que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales. Las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo.”

“Las ideologías no asumen al pueblo. Por eso, fíjense en el siglo pasado. ¿En qué terminaron las ideologías? En dictaduras siempre... Piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo...” (mensaje en Ultimahora.com #FranciscoEnPy).

El lugar privilegiado que el cristianismo otorga a los pobres se ha concretizado desde los primeros tiempos en miles de iniciativas y creaciones. En 2 mil años han surgido múltiples formas por las que comunidades cristianas, órdenes religiosas e instituciones de laicos; privadas y públicas, han desarrollado ese rasgo esencial de su fe.

Desde hace 129 años los pontífices romanos han articulado un cuerpo de doctrina social sustentada en esa exigencia central del mensaje evangélico. A partir la Encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891), los titulares de la Santa Sede no han dejado de nutrirla y actualizarla. Por su parte, los episcopados nacionales y las conferencias nacionales y regionales de obispos hacen lo propio para encarnarla en las condiciones particulares y específicas de sus pueblos.

Notable en esta evolución es el trabajo realizado en las últimas décadas por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam); a partir de su reunión en Medellín (1968) inició una andadura firmemente comprometida con la “opción preferencial por los pobres”.

A esa generación de pastores e intelectuales católicos pertenece el actual Papa Francisco; por ello su magisterio señala con singular sensibilidad y determinación el lugar privilegiado que tienen en el pueblo de Dios.

En su primer año de pontificado emitió la exhortación apostólica “Evangeli Gaudium” (2013), luego vino la carta encíclica “Laudato Si” (2015), en ellas denuncia con severidad “la cultura del descarte” como etapa superior de modelos económicos y sociales injustos. Todo el ejercicio de su ministerio petrino y su diplomacia se ha desenvuelto decididamente en esta línea.

El llamado de Francisco en favor de los pobres y para el cuidado de la madre tierra es voz que interpela a todos, con especial eco hacia los responsables de los gobiernos. Ese llamado no se expresa en frases sueltas y de ocasión, para ser aprovechadas en un discurso político oportunista. Es un requerimiento sustentado en una concepción doctrinal estructurada y coherente que surge del reconocimiento de la dignidad de la persona humana. Por tanto, repudia la utilización despersonalizante y masificadora de los desheredados y desvalidos para convertirlos en carne de cañón politiquero, clientela controlada y de acarreo electoral.

Así lo dice: “Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista; sino ante todo una atención puesta en el otro considerándolo como uno consigo” (EG,199).

Los políticos que usan sus palabras como respaldo a sus acciones, incurren en burda manipulación si al mismo tiempo son incongruentes con las otras dimensiones del humanismo. Tomar una frase a modo, pero con sus decisiones y formas de gobernar contradecir su esencia, es, exactamente, la demagogia que precede a la dictadura.

Exembajador de México ante la Santa Sede. @lf_bravomena

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