La invasión rusa a Ucrania parece ser el principio del fin del actual “orden mundial”; como la crisis de los misiles en 1962, el agresor amaga con armas nucleares. Los especialistas coinciden: será un conflicto largo y doloroso.
Las instituciones multilaterales están rebasadas: el egoísmo de las potencias anula montañas de discursos, sus solemnes resoluciones son como plumas en el aire, la devastadora ocupación de Ucrania y la masacre de su población convierte al derecho internacional en papel mojado.
En tanto, la diplomacia de los estados se moviliza: el responsable de la ofensiva militar gestiona respaldos activos y pasivos; el frente defensivo coordina una respuesta con sanciones económicas sin entrar al choque armado porque, en palabras del presidente Biden, sería desatar la tercera guerra mundial.
La nación ucraniana es la primera víctima inocente de este ajedrez estratégico, cuyo objetivo es la redefinición del sistema político internacional; el martirio de su pueblo cuota injusta e inhumana en esta nueva disputa por el poder global.
En este descarnado tablero opera la diplomacia de la Santa Sede, se esfuerza para incorporar entre los actores una tercera opción: la vía de la misericordia. Francisco tiene una posición definida, sin dulcificaciones retóricas: “En Ucrania corren ríos de sangre y lágrimas. No se trata de una operación militar, sino de una guerra que siembra muerte, destrucción y miseria” (Angelus, 06-03-2022). Llama a detener la “locura de la guerra”.
Diplomacia de la misericordia no es un título santurrón para identificar el carácter de la política internacional del pontificado de Francisco, es un concepto que, como es propio de su especificidad, parte de fundamentos teológicos, sobre ellos desarrolla su praxis de “geopolítica abierta”.
Esa doctrina diplomática y su ejecución es ajena a la disputa de bloques ideológicos o polos económicos; interactúa con Estados y organizaciones multilaterales sin “intereses nacionales”, lo hace en función de valores espirituales, morales y humanitarios.
En estas aciagas jornadas Francisco se movilizó y tomó la iniciativa: sin corsé protocolario salió del Vaticano para encontrarse con embajador de Rusia, ha conversado telefónicamente con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, y con otros jefes de Estado. Sabe que la diplomacia de la misericordia ya comprobó su utilidad para resolver conflictos: frenó la guerra civil en la República Centroafricana, logró el acercamiento entre EU y Cuba durante la presidencia de Obama, contribuyó al proceso de pacificación en Colombia, cultiva la amistad y el diálogo con líderes religiosos del Islam para mitigar los radicalismos en diversos países.
No es posible anticipar cuando y cómo culminará esta nueva tragedia de la humanidad, Francisco insistirá con su diplomacia “sin entrar en redes preestablecidas de alianzas e influencias”. Busca la paz y el respeto a la dignidad de los seres humanos, objetivos atropellados por ideologías nacionalistas con diseños de zonas influencia y espacios vitales.
(N.b: ver Antonio Spadaro, S.J. La diplomazia di Francesco. La misericordia come processo político, La Civiltá Cattolica, n.3,975,13-2-2016).
@lf_bravomena