La quincuagésima edición del World Economic Forum que se celebra anualmente en la localidad suiza de Davos, en el que se dan cita algunos de los empresarios, políticos y celebridades más destacados del orbe, puso el acento en el humanismo.

Este año sus reflexiones tienen una mayor trascendencia, porque el mundo navega en un agitado mar de incertidumbres, perplejidades y sorpresas, propias de un cambio de época, que algunos no dudan en identificar como crisis civilizatoria.

Las reseñas de algunas de las exposiciones escuchadas en las actividades realizadas entre el 21 y 24 pasados, dan cuenta de la crucial coyuntura por la que atraviesa la humanidad. La conjugación de profundas transformaciones, de signo positivo y negativo, nos han colocado en la fase transicional hacia un nuevo periodo histórico; del mismo rango y hondura que tuvieron en centurias precedentes el paso de la antigüedad al medievo y de este al renacimiento y luego a la modernidad.

Los modelos contemporáneos de organización sociopolítica y económica hasta ahora conocidos y practicados han tocado límite. Los paradigmas clásicos para lograr el desarrollo de las naciones y el bienestar de las comunidades que pueblan el globo terráqueo no dan más de sí. Las grandes teorías económicas se han secado; las construcciones políticas más señeras y estables se desmoronan, el medio ambiente se destruye.

Ya hemos visto el paso del liberalismo al neoliberalismo, ya presenciamos el auge y caída de las varias modalidades de socialismo: sovietismo, el de tipo latinoamericano del Siglo XXI y el socialdemócrata, por mencionar algunos; también hemos sido testigos de los ampulosos y ruinosos populismos de todo signo ideológico que sirven de placebos para las masas en tiempos ira y angustia.

En suma, la humanidad ha probado combinaciones de toda clase de utopías, con ellas se han movilizado intelectuales, líderes políticos, partidos, sindicatos, empresarios y grandes corporaciones multinacionales y, sin embargo, ahora está más insatisfecha que nunca; como bien lo demuestran el auge del anarquismo violento y de los populismos que lo mismo pervierten sistemas democráticos que parecían inmunes a las aventuras de caudillos iluminados o agitan banderas separatistas. También hay los que imponen autocracias “iliberales” y otros que predican el regreso a un bucólico estado de naturaleza, en donde no exista presencia alguna de técnica e industria.

En este contexto cobran relevancia dos intervenciones en el Foro de Davos que apelaron a principios básicos para mejorar el estado del mundo. La primera fue la carta que envió el papa Francisco al presidente del WEF: en ella destaca como principal y primordial que “todos somos miembros de la familia humana: de allí emana “el deber moral de cuidar unos de otros” y por este motivo, “es necesario situar a la persona humana en el centro mismo de la política”. Es necesario “ir más allá de enfoques tecnológicos o económicos a corto plazo y tener plenamente en cuenta la dimensión ética”, tanto en la búsqueda de soluciones a los problemas actuales como “a las propuestas de iniciativas para el futuro…”

La segunda es el Manifiesto de Davos titulado “El propósito universal de las empresas en la Cuarta Revolución Industrial”, presentado por Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo de WEF. Es un pronunciamiento que se aleja del tono neoliberal tan acentuado en el ambiente intelectual de esas reuniones. El concepto que hila el documento reza: “El propósito de las empresas es colaborar con todos sus stateholders (partes interesadas) en la creación de valor compartido y sostenido. Al crearlo, las empresas no cumplen únicamente con sus accionistas, sino con todos sus stateholders: empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y la sociedad en general…”


Analista político. @lf_bravomena

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