En la fecha más cercana a la celebración de la natividad del Señor, acostumbro dedicar mi colaboración a comentar un tema relacionado con dicha festividad.
En 2012 escribí sobre el origen de la tradición de representar el nacimiento, iniciada en 1223 por San Francisco de Asís en la población de Greccio. Recordé que en el siglo XVI los frailes de la orden por él fundada la insertaron en las costumbres indígenas y novohispanas, las que le imprimieron su propia expresión y crearon un abundante tesoro de artesanías regionales.
En 2007 como embajador de México ante la Santa Sede, con la entusiasta colaboración del equipo de la misión, iniciamos la muestra Navidad Mexicana en el Vaticano.
Cada año un estado de la República presenta su arte popular navideño. La primera edición estuvo a cargo Jalisco. El nacimiento, recreado en la sala Paulo VI en la que el Papa celebra las audiencias generales de los miércoles, se expusieron espectaculares figuras barrocas del taller de Agustín Parra y el árbol se adornó con bellísimas piezas de cerámica, plata y alpaca: esferas, ángeles y más de cien aves —todas diferentes— creadas especialmente para la muestra por Jesús Guerrero Santos.
Semanas después, durante el encuentro del Papa con el cuerpo diplomático que se lleva a cabo en la segunda semana de enero, al saludarlo, Benedicto XVI me expresó su agradecimiento por la muestra y elogió la belleza de las creaciones navideñas mexicanas.
Sabía de antemano la admiración que le habían provocado, porque el responsable de la sala me comentó que cuando en las mañanas el pontífice transitaba por ese lugar para ir a celebrar misa a un cercano convento de religiosas, se detenía unos minutos para observar las tallas, el colorido de las figuras del nacimiento y los adornos del árbol.
Debo agregar que aquella iniciativa fue un éxito e inauguró la costumbre de realizarla cada año para que cada estado de la República tuviera la oportunidad de exhibir la sensibilidad navideña de sus poblaciones. Los ángeles barrocos de Parra merecieron ser elementos permanentes del belén que se coloca en la Plaza de San Pedro. Además, los responsables de las tiendas de los museos vaticanos iniciaron tratos con los artistas para incorporarlos a su catálogo de proveedores.
Otros temas de los que me ocupado en estas fechas han sido la historia de San Nicolás de Bari-Santa Claus y la tradición mexicana de las posadas, deformadas en las últimas décadas en festejos sin mayor contenido.
Este año es imposible separar la celebración navideña del impacto que sobre ella tiene la pandemia del Covid-19.
¿Cómo celebrar la Navidad cuando es muy probable que en la misma noche buena la cifra oficial de fallecidos supere los 120 mil? ¿Cómo desear “feliz Navidad” a familiares y amigos que viven el duelo por un cercano que sucumbió en esta peste, tienen un ser querido que se encuentra aislado o intubado en algún hospital?
Sin su sentido original no hay manera de vivir esta Navidad con alegría. Si la consideramos tan solo una ocasión de divertimiento en la que compartimos obsequios será una reunión insípida. En esta ocasión la Navidad secularizada no tiene mucho sentido ni razón.
Y sin embargo, a pesar todo lo sucedido y el incierto panorama que se dibuja, hay sobrados motivos para el gozo y la esperanza. De la profundidad de los tiempos, nos llegó el anuncio de los profetas: llegará el Emanuel —Dios con nosotros— (Is.7,14) y por Mateo (1.18-25) y Lucas (2.1-20) sabemos que nació en Belén para traer paz a los hombres de buena voluntad. Paz que significa sabernos amados y redimidos. Como ha dicho el Papa Francisco, Dios siempre viene; “nos hará esperar algún momento en la oscuridad para hacer madurar nuestra esperanza, pero nunca decepciona” (29-11-2020).
Así pues, ¡Feliz Navidad y saludable año nuevo!
Exembajador de México ante la Santa Sede.
@lf_bravomena