La sufriente democracia mexicana está dando a luz una criatura cuya identidad y naturaleza inquieta. Sufriente por dos razones: el alumbramiento no ha finalizado, terminará hasta que los parteros del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación emitan el veredicto definitivo sobre la validez de la elección presidencial y se resuelvan las impugnaciones que los partidos han presentado en las elecciones de diputados y senadores.

Otra, la criatura viene de cabeza: el nacimiento ocurre en el contexto de una flagrante ruptura de las reglas de neutralidad gubernamental, que dificultan considerarla una elección genuinamente democrática.

Pervirtieron el proceso la intervención ilegal e impune del gobierno durante la campaña, el uso masivo de los recursos públicos en apoyo del partido oficial, así como la permisividad de la autoridad con la intervención disolvente y distorsionante del crimen organizado en la configuración de alternativas para los ciudadanos. Esa violencia tuvo un impacto directo y demoledor contra la libre voluntad de los ciudadanos.

Conocidos los resultados y citando al clásico “haiga sido como haiga sido”, el tema de fondo ahora es qué tipo de régimen está emergiendo de esta entraña. Las modalidades probables son:

1) Democracia pluralista con partido dominante: Ejecutivo fuerte sin mayoría calificada en el Congreso, equilibrio de poderes y federalismo; 2) Autocracia: Ejecutivo hegemónico sin contrapesos republicanos, con facultades constitucionales y meta constitucionales reforzadas por el partido de estado; anulación de facto del federalismo; 3) Régimen autoritario bicéfalo: Condominio de poder. El Ejecutivo débil ejerce las facultades constitucionales de consuno con la jefatura —formal o informal— del partido de estado hegemónico. Su líder, dotado con poderes metaconstitucionales ilimitados, conduce los poderes legislativo y judicial de la fede ración y controla los de las entidades federativas.

Los acontecimientos de los últimos días no favorecen la configuración de la primera modalidad, pese a que lo relevante en los resultados electorales es la pluralidad de la sociedad mexicana. Sin embargo, el país no puede gobernarse sin diálogo y sin la aportación de las diversas formas de pensar que convivimos en esta patria que es de todos.

La soberbia por una supuesta victoria “aplastante” revela el virus totalitario cultivado por una visión sobredimensionada del triunfo. Con todos los abusos señalados líneas arriba, en la competencia presidencial les alcanzó para crear una robusta mayoría del 59.75% de los que acudieron a votar.

Pero esos mismos números demuestran que están muy lejos de representar a la totalidad de la nación. El 37.7 apoyó a otras opciones.

La soberbia puede convertirse en desilusión si se coteja con otros números del INE. Los mexicanos somos 129 millones. Registrados en el padrón 98 millones y votaron un poco más de 60 millones, el 61.04%. Nada en estas cifras puede sustentar legítimamente la construcción de un régimen de hegemonía partidista. Existe un significativo contingente disidente y una pluralidad vigorosas y activa que no puede ser borrada de mapa nacional por un designio voluntarista.

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