La democracia en México es obra de las ciudadanas y ciudadanos. No fue concesión graciosa del sistema autoritario, ni hechura de los partidos; tampoco se debe una elaboración de la intelligentsia.

Afirmar esto no implica negar créditos a los personajes con poder, a los líderes de la oposición, a los juristas e intelectuales que contribuyeron, por distintas razones y desde diversas trincheras ideológicas, a la deconstrucción del régimen de partido hegemónico y presidencialismo imperial.

Sin embargo, tal reconocimiento debe partir de la constatación de que nada hubiera cambiado sin la movilización cívico-social ciudadana, desarrollada en el país en décadas precedentes al 2000.

Soportan esta afirmación algunas caracterísicas del proceso mexicano de transición a la democracia. La primera: mientras que en muchos países la conquista de la democracia se identifica con el nombre y apellido de un caudillo y una tendencia, en México las madres y padres de nuestra democracia son decenas de personajes, la mayoría casi anónimos, con amplia pluralidad política.

Nada lo demuestra mejor como esa histórica imagen de los tres candidatos presidenciales “Maquío” Clouthier (PAN), Cuauhtémoc Cárdenas (FDN), Rosario Ibarra (PRT) en las puertas del Palacio de Bucareli la noche de las elecciones del 6 de julio de 1988, en las que se cayó y se calló el sistema. Juntos hicieron un Llamado a la Legalidad; documento redactado al alimón, por Porfirio Muñoz Ledo (FDN) y Carlos Castillo Peraza (PAN) en el departamento privado del presidente del PAN Luis H. Alvarez. Fui testigo presencial de esa jornada crucial que marcó el principio del fin de la decadente dictablanda tricolor.

La segunda característica es su avance de la periferia al centro. La capital de la República, sede de la gran pirámide del Huey Tlatoani presidencial, no fue un escenario clave en este proceso.

Como tantos movimientos en nuestra historia, el reclamo democrático comenzó en provincia contra los cacicazgos, las imposiciones, los abusos del centralismo, la exigencia del sufragio efectivo y la defensa del municipio libre. Entre otros: el movimiento gandhiano de Rosas Magallón en Baja California; Alvarez y Barrio en Chihuahua; Elizondo en Durango; Clouthier y Rice en Sinaloa, Nava en San Luis Potosí, López Sanabria en Guanajuato, Vázquez Rojas en Guerrero, De Gyves en el Itsmo, López Obrador en Tabasco, Correa Rachó en Yucatán, el EZLN en los Altos de Chiapas.

Este abanico de sensibilidades ideológicas y expresiones sociales procedentes de todo el territorio nacional es el sustrato en el que florecieron instituciones como el IFE-INE. Son creaturas perfectibles surgidas del diálogo y crearon futuro. Debemos cuidarlas y fortalecerlas porque son patrimonio ciudadano, carne y sangre de las mujeres y hombres que entregaron sus vidas para que la formación de la voluntad política, en libertad y pluralidad, permitiera la unidad nacional en la diversidad.

El designio radical de destruir lo que los ciudadanos mexicanos hemos edificado, con la idea de volver a crear el mundo a imagen y semejanza de la ideología del poder en turno, contiene un profundo desprecio de lo conquistado por el mismo pueblo; paradójicamente, en nombre de quien se dice se ejecuta la feroz demolición para regresar a un pasado ya popularmente repudiado.

Analista político.
@lf_bravomena

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