El mensaje inaugural del presidente Biden será recordado por la sencillez, por su serena emotividad para convocar a los ciudadanos estadounidenses a la unidad.

No fue una pieza de oratoria encendida, con frases hinchadas de ideología y mesianismo histórico para agitar pasiones y rencores. En una sociedad fracturada, a la que le urge reencontrarse con la tradición del diálogo y el consenso, para resolver sus graves problemas y ocuparse de sus responsabilidades internacionales, el estilo retórico del nuevo ocupante de la Casa Blanca no solo es bálsamo, es imprescindible.

Por su tono mesurado merece incluirse en las antologías de oratoria política y es posible que se convierta en una pieza clásica cuando logre su resultado: revivificar a la democracia más poderosa del mundo.

Después del asalto al Capitolio por la turba de “patriotas” extremistas, síntoma evidente de la profundidad y complejidad de los problemas sociales que subyacen en esa crisis política; ahí, en el mismo escenario, Biden compartió una reflexión con su pueblo y con todo el mundo: “Una vez más hemos aprendido que la democracia es preciosa, que la democracia es frágil…”, y agregó: “Superar estos desafíos, restaurar el alma y asegurar el futuro de Estados Unidos exige mucho más que palabras. Exige lo más esquivo de todo en una democracia: unidad”.

Biden es un veterano de la democracia, lo respalda una larga carrera parlamentaria, lo que significa haberse forjado en el ejercicio continuo del diálogo y en la búsqueda permanente de encuentro entre adversarios para construir soluciones a los problemas y concertar intereses contrapuestos para zanjar conflictos.

Los analistas lo describen como un político que sabe “cruzar el pasillo”; es decir, que como figura prominente del partido demócrata no duda, ni teme, ir al encuentro de los republicanos. Dicho en otras palabras: no es un líder ideológico.

Los líderes ideológicos han escrito los capítulos más infames de la humanidad. Por desgracia, en la actual coyuntura histórica han retornado, campean a sus anchas en muchos países. Son aquellos que niegan la realidad aferrados a ideas preconcebidas, demonizan a los que disienten, persiguen a quienes no comparten sus proyectos.

Los caudillos ideológicos persuadidos de que encarnan la verdad absoluta le tienen miedo al diálogo, se aterran frente a interlocutores no serviles, utilizan el poder para aniquilar el pluralismo, el equilibrio republicano del poder y la gestión subsidiaria y descentralizada del gobierno. Su ecosistema es la mentira y aborregamiento de las masas; luego de un proceso de acumulación ilegítima de poder instalan la tiranía; producen muerte y genocidio.

Regreso al discurso de Biden. Realista, no se autoengaña: “Sé que hablar de unidad pueden sonar un poco ridículo hoy en día. Sé que las fuerzas que nos dividen son profundas y reales (…) La historia, la fe y la razón nos enseñan el camino. El camino de la unidad”.

Con autoridad moral, el hombre que durante décadas ha cruzado el pasillo invitó a sus compatriotas a no verse como adversarios sino como vecinos. “Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, dejar de gritar y bajar la temperatura. Porque sin unidad no hay paz, solo amargura y furia, no hay progreso, solo ira agotadora. No hay nación, sólo una situación de caos…”

Analista político.
@lf_bravomena

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