La resistencia del pueblo de México al autoritarismo y al abuso del poder ha tenido diversas etapas, causas y actores. En ellas hemos participado varias generaciones en un continuo esfuerzo plural. Desde los maderistas en los albores del Siglo XX, nuestra historia registra innumerables movimientos sociales, populares y universitarios de diversas tendencias, exigentes de libertades y derechos, así como heroicas batallas por el municipio libre en diversas regiones del país.
Componente innegable en este patrimonio histórico-cultural de la nación mexicana son las luchas electorales de los partidos con vocación y estructura democrática. Durante siete décadas encararon a la maquinaria corporativista del Estado posrevolucionario con el reclamo del sufragio efectivo.
Esas mismas agrupaciones crearon, a contrapelo del aparato ideológico oficial, el ciudadanismo responsable y libertario: sembraron la semilla de la cultura democrática pluralista; enseñaron a la prepotente clase política a dialogar y descubrir la utilidad del parlamentarismo.
La generación que recibió la estafeta de esos esfuerzos precedentes enderezó la lucha por la transición democrática y la concluyó con éxito en el 2000. Fue capaz de construir instituciones garantes de elecciones libres y dotar al sistema político de legitimidad. El INE representa esa gran historia.
La democracia mexicana es conquista de los ciudadanos, no es concesión graciosa del poder. Que los votos se cuenten y gobierne quien obtiene la mayoría no es milagro de un caudillo, ni regalo de ningún Presidente de la República.
López Portillo y su secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, entendieron que había llegado la hora de liberalizar —no democratizaron— al sistema y abrieron espacio electoral a la izquierda; la farsa electoral ya era insostenible. Quedó obsoleta cuando la corriente abstencionista del PAN bloqueó el lanzamiento de un candidato presidencial en 1976.
Salinas de Gortari, acorralado, se sentó en la mesa de negociaciones en varias rondas de reformas electorales. El régimen sostenido sobre la defraudación electoral había sido contestado por la rebelión cívica que hubo en los municipios y estados del país de 1983 a 1987 y llegó a su acmé en la competencia de 1988.
La pinza formada por Clouthier (PAN) y Cárdenas (FDN) produjo la caída del sistema. El panista había tomado el liderazgo de la insurgencia cívica de la provincia, por su parte el michoacano encarnó la fractura en la familia revolucionaria. Ambos encabezaron movimientos populares que abrieron la brecha para la primera etapa de la transición.
Ernesto Zedillo convocó al acuerdo definitivo para crear las instituciones que dejaran atrás la negra historia de las imposiciones y así desfogar la profunda crisis moral, política y económica en la que se hundió el país en 1994. Los ciudadanos habían superado al sistema, el EZLN había exhibido una profunda llaga en la nación y la cúpula oficialista se fagocitó.
Ahora se propone una nueva reforma que apunta a trastocar la composición de los órganos electorales para someterlos a los dictados del poder. José Woldenberg advierte el peligro en su texto “De reversa, mami”, (EL UNIVERSAL; 9-08-22). Si se consuma, será la demolición del patrimonio histórico-democrático de los ciudadanos.
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@lf_bravomena