El encuentro de los presidentes López Obrador y Biden, ocurre en el marco del bicentenario de relaciones diplomáticas entre los gobiernos de México y Estados Unidos y reveló su statu quo.

La diversidad de vínculos que en ella se entretejen, exige honestidad a los jefes de ambos estados, a sus embajadores y a los diseñadores de la política bilateral; así como un alto sentido de responsabilidad para servir a los intereses legítimos de sus naciones, obligándoles a despojarse de gustos personales y fijaciones ideológicas.

En diciembre de 1822, consumada la independencia, Agustín de Iturbide, habilitó a José Manuel Zozaya, como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante el presidente James Monroe. Por su parte, en 1823, el gobierno norteamericano envió como agente diplomático a Joel Roberts Poinsett. Desde entonces, la relación ha pasado por toda clase de turbulencias: agresiones, desencuentros y confrontaciones, pero también por periodos de entendimientos visionarios y asociaciones constructivas.

El aprendizaje no ha sido fácil; sobre la realidad geográfica se extiende un apretado entramado de asimetrías, así como de dinámicos procesos económicos, sociales y culturales y también criminales; los que no pocas veces rebasan a los gobiernos.

Basta mencionar, como ejemplos de este paisaje, que hoy la nación mexicana es “biestatal”, porque una porción de ella se ha establecido en EU, bajo la soberanía de un estado distinto al de su origen. Y que nuestro país se ha convertido uno de los principales socios de su poderosa economía.

El esfuerzo por definir la difícil relación entre los dos pueblos es permanente. Con la mirada puesta en nuestra sociedad, Alan Riding, escribió un clásico: Vecinos Distantes, (Joaquín Mortiz/Planeta, 1985). Jorge G. Castañeda y Robert A. Pastor, se impusieron el reto de deslindar el alcance de los afectos y lazos en Límites de la Amistad, (Joaquín Mortiz/Planeta, 1989). Desde su experiencia como embajador, Jeffrey Davidow, dejó testimonio de los avatares en el cumplimiento de su misión en El Oso y el Puercoespín (Grijalbo, 2003).

Podría pensarse que después de dos siglos y las lecciones que nos ha legado la historia, ya se habría aprendido que resulta ruinosa la deshonesta tentación de utilizar al país vecino como motivo para exacerbar pasiones y encender odios. Sin embargo, el populismo de ambos lados de la frontera regresó a las andadas para alimentar el poder de los caudillos.

Es evidente que relaciones entre México y Estados Unidos no son exclusivas de los gobiernos, las desarrollan múltiples actores: la sociedad civil, la academia, las empresas, las iglesias, los pueblos y comunidades; a estos, lo que menos interesa es cultivar falsos conflictos; saben que les daña destruir los mecanismos institucionales de diálogo, a través de los cuales se canalizan los desacuerdos y se pueden crear soluciones reales a sus problemas.

El comunicado conjunto que da cuenta de los resultados de la charla en la Casa Blanca, refleja cortesía y habla buenos propósitos, pero, a decir verdad, queda corto frente al potencial de la relación bilateral. Lamentablemente el viaje no alcanzó nivel de visita de Estado. No podía ser después de tantos desaires y malos modos.

Analista Político.
@lf_bravomena

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