El hecho de que la pandemia del Covid-19 haya llegado a México semanas más tarde que a Asia, Europa y luego Estados Unidos —tiempo precioso e irrepetible que se desaprovechó irresponsablemente— permite prever que todavía quedan meses muy complicados por delante en todos los frentes: el sanitario en primer lugar, el económico y el social.

Los efectos negativos de la crisis y su profundidad, que tanto se quisieron ignorar y minimizar, son ahora palpables: el número de fallecidos ya no es el segundo menos malo del mundo o con tasas mucho menores, como se ufanó el presidente Andrés Manuel López Obrador. Por desgracia, la mortalidad resultará una de las más altas; el rezago de reporte en México es mucho más grave que en el resto de los países. A pesar de que se conoce ya con precisión que el indicador más fácil de obtener, y uno de los más confiables, es el exceso de mortalidad basado en el número de actas de defunción emitidas, no parece haber voluntad política ni en el gobierno federal, ni en los estatales, de hacer público el número histórico y corriente de tales actas por estado, ciudad y para el país.

El potencial de daño económico es también ahora evidente para todos: el producto interno bruto (PIB) tendrá un decrecimiento más agudo en 2020 que en 1995 o 2009, que fueron muy severos. Las cifras de abril muestran la caída de exportaciones (40%) más dramática en la historia del comercio exterior en mayo. El encogimiento de la población económicamente activa y el aumento en la tasa de subempleo tampoco tienen precedente. Estos resultados tan negativos se dan antes de que se tenga un cierre y quiebra significativos de empresas y puestos de trabajo. El regreso a las actividades laborales ayudará a reducir el impacto negativo, pero sólo de manera parcial y gradual, siempre y cuando no haya rebrotes importantes de Covid-19.

A pesar del discurso oficial, el deterioro de las finanzas públicas es ya también claro: el porcentaje de deuda a PIB transitará de 46% a más de 51% a finales de año por la caída en los ingresos tributarios a partir de abril, el crecimiento inevitable del gasto público, la devaluación del peso y la caída del denominador.

El avance que tienen otros países con respecto a México permite prever que las siguientes semanas, y meses, todavía serán muy difíciles, incluso más de lo que se ha experimentado, en ausencia de una cura o una vacuna. La primera lección es que la curva de fallecimientos es primero ascendente y después, durante cerca de un mes, muestra un comportamiento de meseta. Es decir, dado que el número de decesos, aún el subestimado que se publica, es todavía creciente, se espera todavía una alta meseta que durará varias semanas antes de que empiece a disminuir para el país en su conjunto. Además, el regreso de la movilidad ante la reapertura, si bien parcial y con la adopción de protocolos, implicará un mayor número de contagios.

Es claro que la economía y la sociedad no pueden seguir confinadas indefinidamente y que es imprescindible transitar de la definición de sectores esenciales a actividades seguras, sujetas a protocolos sanitarios, de etiqueta, comportamiento, pruebas y aislamiento de contagiados que permitan el regreso a la actividad parcial y escalonada.

Sin embargo, aun con el regreso a actividades el impacto económico seguirá siendo profundo ante las restricciones de oferta, el colapso en la demanda, la falta de ingresos de empresas y familias y la generalizada recesión en la mayoría de los países. La recuperación tardará un buen tiempo. Con la caída del PIB en 2019 y 2020, no es descartable que al final del sexenio se tenga un nivel de actividad económica sólo cercano al de 2018. Esta disminución en la actividad tiene importantes implicaciones sobre el uso de capacidad instalada y necesidades de inversión para los próximos años.

Los recientes acontecimientos en Estados Unidos, a raíz del asesinato de George Floyd, adelantan posible inestabilidad social, potencialmente viral, para los próximos meses. Es difícil predecir el disparador, pero el confinamiento, las dificultades económicas, el incremento de ciertos precios por escasez, los recortes a los programas y gasto público, las tensiones dentro del sector salud, los problemas de seguridad, el descontento y la proximidad de las elecciones pueden crear condiciones para dificultades en el ámbito social.

Las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos serán también un indicador adelantado muy importante para México. En primer lugar, se verá si la cercanía de las elecciones se traduce en tensión social de varios tipos. En segundo lugar, si se puede hacer campaña abierta con reuniones y convenciones multitudinarias o si, como muchas otras actividades, será también virtual. En México ya se pospusieron elecciones locales en Coahuila e Hidalgo. En tercero, se conocerá si la pandemia, por sus efectos sanitarios y económicos, se traduce en cambios de preferencias electorales.

Finalmente, la experiencia internacional será también instructiva sobre la posibilidad de que se llegue, primero en algunas ciudades, a la inmunidad colectiva. Aunque hay un gran debate al respecto, si la tasa de letalidad es menor a 1% (0.5%, por ejemplo), en algunas ciudades o regiones con alta mortalidad no es imposible que se empiecen a ver efectos de inmunidad colectiva a partir del 30% dado el ritmo de contagio del Covid-19.

Generalmente se dice que se requiere 60% para que el virus tenga dificultades de expandirse y alcanzar inmunidad, pero se llega a este nivel de una forma continua y no discreta, por lo que los primeros efectos se evidencian con niveles de contagio mucho más bajos. En el caso de México, la única buena noticia de la fuerte subestimación de fallecimientos, y la avasalladora falta de pruebas, podría ser que el número de contagios sea muy superior (en órdenes de magnitud) al estimado y por tanto que la inmunidad colectiva se manifieste antes de lo que uno podría esperar, en las ciudades más impactadas, y que así experimentarían una recuperación económica menos tardada.

Twitter: @eledece

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