Qué bueno que te hayas dado el tiempo de pasar a verme Raúl, la vez pasada me dejaste sin contestar qué hacer para que se revalúe el peso, le dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador a su economista iconoclasta informal cuando lo recibió en el Salón Panamericano de Palacio Nacional bajo las banderas de los países del hemisferio occidental. Quizá hubiera sido mejor recibir la medalla de oro aquí y no en la Tesorería allá abajo, pensó para sus adentros.
Al contrario Presidente, el agradecido soy yo. Me honra aún más conocer este salón con tanta historia.
Hay algo que no entiendo bien, a ver si me puedes ayudar. Ya me han explicado la importancia que tiene el diferendo comercial entre China y Estados Unidos para la economía mexicana. Me han tratado de convencer de que China y México son competidores y nos disputamos la participación de mercado en Estados Unidos y la inversión para el establecimiento de plantas de las principales empresas del mundo.
Efectivamente Presidente. Quizá lo único que realmente esté ahora funcionando para nosotros sea la diversión de comercio a favor de México, producto de la escalada retórica entre Trump y Xi. Como dice, esto nos beneficia por partida doble en el corto plazo: por un lado, permite que tomemos el lugar de empresas chinas que ahora enfrentan aranceles más elevados para vender en Estados Unidos, y por otro, quizá el efecto más relevante, que la mera posibilidad de que haya medidas futuras, incluso aunque nunca se impongan aranceles, produce una necesidad para las empresas que invierten en manufactura de diversificar la exposición al riesgo chino. Esto las lleva a cambiar sus decisiones de inversión de la misma manera que lo haría un manejador de fondos que tiene un portafolio y modifica su estructura para diversificar ciertos riesgos. Es decir, cuando se decida dónde poner la siguiente planta, buscarán que se reduzca la exposición al riesgo chino si se espera que la disputa por el liderazgo con Estados Unidos siga algunos años.
¿Y por qué vendrían a México en ese caso?
Creo, Presidente, que la pregunta es más bien ¿puede hacer algo el país para que sea más probable que opten por invertir aquí? Si no hacemos nada, sin duda vendrán algunas, ya lo están haciendo, al reconocer que ya somos el segundo proveedor de Estados Unidos en el mundo (más grandes que Canadá, dos veces y media mayores a Japón y Alemania), que Donald Trump nunca acabará saliéndose del tratado —le costaría la reelección—, y que la manufactura es aquí muy competitiva siempre y cuando haya gas natural. Pero si montáremos una estrategia ambiciosa, podríamos recibir mucho mayores flujos de inversión.
El problema de hablar contigo es que siempre terminas haciendo un argumento neoliberal casi independientemente de lo que te consulte; a veces hasta me pregunto para qué te veo. Pero mi cuestionamiento es otro, lo que te quería preguntar es más sutil: si es cierto que las fricciones comerciales de Trump con China benefician a México, ¿por qué cada vez que se complican esas negociaciones y se tensa la relación el peso se devalúa? ¿No sería lógico pensar que entre más difícil sea encontrar un acuerdo entre la Casa Blanca y el presidente de China Xi-Jinping, México sería más atractivo y el peso debiera reaccionar de manera positiva ante las tensiones?
Cierto, Presidente. Su intuición es correcta. Así debería ser, pero los mercados de capitales no lo ven de esa manera, no nos creen. En buena parte, la culpa es nuestra: nunca hemos ido a explicarles esta versión de los hechos. Habría que hacerlo, pero de una manera organizada, deliberada y estratégica. Si le soy sincero, no creo que tenga usted en su equipo muchos candidatos para implementar algo así. Amén de que también se necesitaría un cambio de discurso que quizá vaya en contra del posicionamiento de marca en que usted ha puesto tanto empeño.
Además, hay otra razón más profunda, más difícil de superar. En tiempos de volatilidad, los operadores en los mercados financieros optan por activos que impliquen un menor perfil de riesgo y venden los que son percibidos como menos estables. Es casi increíble apreciar el fenómeno que vemos hoy: en países europeos y Japón los inversionistas están dispuestos a perder en la compra de bonos que les dan un rendimiento negativo en lugar de arriesgarse a tener activos que prometen tasas de retorno más atractivas pero implican un riesgo. En este ambiente, cuando crece la aversión al riesgo, los operadores y las computadoras programadas para hacer transacciones de manera automática venden activos de países emergentes y emigran a otros considerados seguros.
Es por eso que cuando viene una noticia negativa en términos de las fricciones comerciales sino-estadounidenses el peso se devalúa aunque en el fondo sea positiva para México.
¿Y cómo evitamos que eso suceda?
De manera muy fácil y muy difícil al mismo tiempo, presidente. Es cosa de convencer a los mercados de que no somos economía emergente.
¡Eso es imposible! Es claro que, aunque vayamos requetebién, estamos requetemal; nunca nos creerían.
Difícil, pero no imposible, ni tampoco muy lejano de lo que usted ha buscado. Lo que necesitamos transmitirles es que no somos macroeconómicamente emergentes; así, subrayado en negritas. Por tres razones: una, porque nuestro ciclo económico está ligado, para bien o para mal, al de Estados Unidos. Dos, porque en México tenemos un compromiso certificado a favor de una sólida política fiscal, de una política monetaria independiente y una economía abierta bajo los tratados de libre comercio. Tres, porque aquí en México se respetan los contratos. Como le decía, el problema es que no nos creen la tercera y sobre la segunda hay dudas fundadas.
¡Ya me confundiste, Raúl Actón! Voy a ponderar todo esto, pero no aquí, sino frente a los murales de Diego Rivera, abajo en el primer piso, para tener una visión más equilibrada de lo que argumentas.