Dile por favor al doctor Actón que lo recibiré aquí en mi oficina y no en la Mortadela como él quería, no entiendo por qué insiste en enseñarme algo allí.
En un segundo lo pasamos, presidente.
Qué gusto volver a verte Raúl, pasa por favor. La vez pasada me moviste el tapete con tu imaginaria situación de Cuba y Venezuela sin Castro ni Chávez. Me toca ahora echarte un torito: ¿dónde estaría Brasil hoy si Lula hubiera tenido éxito?
Sería una potencia, presidente. Tiene todo para serlo si se reunieran las condiciones necesarias. Inácio Lula da Silva podría haberlo logrado.
Es lo que yo pensaba; obviamente se enfrentó a fuerzas que impidieron lo lograse.
Vale mucho la pena reflexionar por qué fracasó la dupla Lula-Dilma Rousseff y Brasil terminó con Bolsonaro. Lula enfrentó el desafío de embarcar a su país al desarrollo con dos grandes obstáculos que usted no tiene: el primero, una economía cerrada y una sociedad poco dispuesta a pagar el alto costo de corto y mediano plazo que significa la apertura. El segundo, la falta de mayoría en el congreso en Brasilia. Estos dos elementos le nublaron la vista y lo llevaron a no saber aprovechar el movimiento tectónico que implicaba el ingreso de China como actor importante a la economía mundial. Si hubiera aprovechado ese cambio estructural y el fuerte bono demográfico que le tocó, Brasil sería ahora una economía ejemplar, con una significativa reducción en la pobreza, empresas globales de alta competitividad, marcas mundiales, salarios altos, clase media próspera, seguridad y sin un presidente radical de derecha.
¿Cayó en la trampa de la mafia del poder?
Se sobreconfió en sus primeros años al interpretar los flujos de capital como un voto de confianza de los mercados, al tiempo que compró el argumento de los empresarios paulistas de que lo importante es desarrollar el mercado interno. Recuerde, presidente, los primeros años de Lula fueron espectaculares: era el único que tenía éxito un día en el foro social mundial de Porto Alegre y al siguiente en el de Davos.
Como otros, su gobierno no se dio cuenta que los altos precios de las materias primas, resultado de la excesiva liquidez de los bancos centrales desarrollados y el crecimiento de China, implicaban que su economía crecería más rápido sin hacer ningún esfuerzo adicional, en virtud de la mejora en los términos de intercambio, que el valor del real podría desviarse de su paridad intrínseca, que los salarios podían expandirse sin costo aparente, y con ellos la clase media y que el crédito doméstico podía crecer sin cortapisas.
El problema fue no entender que estos altos precios de materias primas, en las que Brasil tiene una enorme riqueza, eran una ocasión irrepetible para transformar la economía y diversificar su capacidad de crear valor. Los flujos de capital abundantes revaluaron el real, encarecieron la economía, redujeron su competitividad y crearon un círculo vicioso que el propio equipo económico de Lula, y más el de Dilma, agravaron.
La bonanza proveniente de Wall Street y de China fue interpretada como base para el crecimiento ininterrumpido y no como la ocasión para promover la apertura de la economía brasileña a la competencia internacional y a la doméstica y por tanto se cometieron graves errores de diseño de política económica:
indexación insostenible del salario mínimo al crecimiento nominal del producto interno bruto. Generosas pensiones en el sector público que impidieron la inversión en infraestructura y tecnología para incrementar la productividad promedio. Cuando un economista mexicano aterriza en Guarulhos, se pregunta dónde están los 15 puntos porcentuales del PIB adicionales que recauda Brasil; en la infraestructura no se ven. Una carga fiscal y tácticas recaudatorias que terminan mermando la competitividad y la inversión. Las empresas brasileñas tienen más contadores y fiscalistas que ingenieros y personal creativo.
Adicionalmente, Itamaraty siguió implementando una política comercial para evitar la apertura y apostó a dos caballos a sabiendas que eran perdedores: la ronda de Doha, con la esperanza de que se abrieran los mercados agrícolas en Europa y Estados Unidos y el Mercosur, un fracaso rotundo como modelo de integración. Esto, que a los empresarios parecía como muy atinado, se agravó por la política crediticia de la banca de desarrollo. Durante varios años el BNDES prestó a empresas locales más que el Banco Mundial a las economías en desarrollo del todo el mundo. Estos préstamos a operaciones de manufactura no competitivas se convirtieron en poderoso incentivo para cerrar aún más la economía para asegurar el repago.
En el sector energético se observó un patrón similar: el descubrimiento de los grandes yacimientos presal en las costas cariocas provocó inversiones muy significativas en esa región y una importante revaloración de Petrobras. Alentado por grupos de interés locales y un sesgo ideológico, Lula reformó la legislación en hidrocarburos para terminar con las rondas y forzar que las inversiones se hicieran a través de Petrobras, para incrementar el mínimo contenido brasileño e iniciar la construcción de una gran refinería en Pernambuco, cuyo costo resultó muchas veces lo presupuestado y ahora está en proceso de ser vendida.
La semilla de la corrupción que hundió el ambicioso proyecto de Lula germinó en el intento de comprar voluntades en el congreso y prometer al sector privado la expansión del mercado interno que el empresariado brasileño interpretó, correctamente, como si fuera suyo.
El pecado de Lula fue no visualizar la revolución que implicaba la irrupción de China. Ahora se da la situación inversa. La alta exposición al riesgo chino va a producir otro terremoto pero en sentido contrario y va a redireccionar los flujos de inversión mundiales. Ganarán las economías que sean percibidas y se promuevan como las mejores para diversificar este tipo de riesgo. Para ello se necesita estar en una región del mundo competitiva e integrada, con fuerza laboral de calidad internacional y adaptable, abundancia de gas natural, con una apuesta a favor del cambio tecnológico, la nanotecnología, la inteligencia artificial, la economía digital, con aeropuertos, puertos, carreteras y cruce fronterizo de primer mundo, con estado de derecho y seguridad.
Interesante Raúl lo que dices, ¿otra oportunidad para Brasil?