Con este confinamiento exagerado, querido Actón, tenía ya mucho tiempo sin verte y sin intercambiar puntos de vista. Allí vamos, con la transformación muy consolidada y fuerte; ha resistido sin problemas hasta el Covid-19, imagínate si no va a resistir embates conservadores.

Muchas gracias Presidente por la invitación, respondió Raúl Actón, el amigo economista iconoclasta de Andrés Manuel López Obrador, de tendencias neoliberales.

¿Qué me quiere enseñar en el Jardín de la Emperatriz de este Palacio?

Te voy a mostrar mi herencia. La que va a perdurar y se va a convertir en el símbolo tropical de la permanencia de la Cuarta Transformación en el corazón del país; la ceiba, árbol sagrado maya, con raíces, tronco, ramas monumentales y que puede durar muchos años, que planté en este jardín histórico en abril, al inicio de la pandemia.

Me temo, Presidente, que la abrumadora mayoría de la gente lo va a terminar juzgando no por qué tan frondosa sea, sino por los resultados económicos y sociales de su sexenio.

Sobre eso no hay problema, Raúl, sólo basta mirar el tipo de cambio, en medio de la peor crisis, para darnos cuenta de que hemos tomado las medidas correctas y vamos en el sendero que nos llevará al desarrollo incluyente. En todas las otras crisis, en manos de neoliberales, se les disparaba el tipo de cambio y acababan devaluados ellos, el Presidente y el país: ahora no, por las medidas de austeridad adoptadas y por la erradicación de la corrupción. Las encuestas de opinión y los ataques que recibe todos los días mi gobierno, de todos aquéllos que no quieren cambiar y perder sus inmerecidos privilegios, lo confirman.

Qué bueno que menciona el tipo de cambio, Presidente. Inácio Lula da Silva cometió un error similar durante su presidencia: interpretó la fortaleza del real y el alza de los precios de las materias primas como un voto de confianza para su gobierno. Esto le permitió a Brasil crecer post crisis de 2008-09 sin mayor esfuerzo, pero sin sentar las bases de una transformación de la competitividad de la economía y, por lo tanto, sus programas sociales se volvieron insostenibles. Cabe señalar, Presidente, que Brasil no se enfrentaba entonces a una pandemia, como lo hacemos hoy.

Sepa usted que el tipo de cambio no se ha depreciado de manera exagerada en su Presidencia en virtud de la agresiva política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos, del Banco Central Europeo y del Banco de Japón. La expansión monetaria sin precedentes de 2008-09 se ha quedado chica una vez que la Reserva Federal, en diciembre de 2018 (regalo de bienvenida, justo después de cancelar el NAIM), se retractó de la política de incrementos a la tasa de interés para llegar a un nivel “normal” y ahora que relanzó, con vigor, el relajamiento monetario para sortear las dificultades económicas del confinamiento para reducir la velocidad de contagio del SARS-CoV-2.

Quizá nadie le haya ayudado a usted tanto como la Reserva Federal: ¡nadie sabe para quién trabaja! Con la fuerte expansión monetaria actual, los errores en política económica no se notan en los mercados o sus efectos duran poco tiempo. El impacto, y esto es lo importante, Presidente, es más bien de largo plazo, que es al que usted debería poner atención ya que su transformación aspira a no ser transitoria. Sin la presión de Trump a Powell para bajar las tasas, el espacio que le han dado los mercados hubiera sido inexistente. Déjeme decirle una provocación: sin Powell no hubiese usted revertido las rondas ni las subastas energéticas y el plan de infraestructura con el sector privado hubiese tenido un componente de energía muy significativo. Es incluso posible que su gabinete no fuese ya el mismo.

¿Quién es Powell?

Jerome Powell es el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos.

Mmm, se me hace un extraño todo lo que me dices. No das ningún crédito al orden que he impreso en las finanzas públicas y a la austeridad republicana.

La pregunta, Presidente, será en qué medida un programa de apoyo para que la crisis de liquidez, que muchas empresas enfrentan, no se convierta en una de insolvencia, podía haber sido útil para paliar los efectos más nocivos del confinamiento por Covid-19. Su instinto antideuda es, creo, el correcto. Al final del camino los países sobreendeudados terminarán pagando las consecuencias. La clave, sin embargo, era el establecimiento de un mecanismo para posponer los pagos más onerosos en términos de flujo de caja para no estrangular empresas en sectores en los que la demanda y los ingresos se han colapsado y, al mismo tiempo, con un compromiso de regresar a finanzas públicas sanas en un tiempo razonable. Con lo hecho, se corre ahora el riesgo de que la recuperación sea más lenta de lo necesario, que no sobrevivan empresas que podrían haberlo hecho (el número de empresas registradas en el IMSS está decreciendo) y que se deteriore el balance de instituciones financieras expuestas a cartera vencida. México experimentará un incremento significativo del cociente de deuda a PIB en 2020 sin haber tenido el beneficio de un esfuerzo compartido con todos para enfrentar la crisis. El reto más grande hacia adelante será qué hacer cuando quede claro que la hacienda pública será insuficiente. Su instinto de reducir aún más el gasto va a resultar de difícil implementación, en particular en un año electoral competido como 2021.

Su mejor apuesta sería, o hubiera sido, apuntalar la competitividad de atracción de inversión, tanto nacional como extranjera, en activos tangibles de largo plazo. Es del crecimiento de la base gravable de la actividad económica exitosa que su gobierno podría obtener los recursos necesarios para invertir en programas e infraestructura sociales. La creciente necesidad global de diversificar la exposición al riesgo chino es quizá el principal atractivo de México, si supiéramos aprovecharlo. Para esto se necesita excelencia logística, energía abundante y barata, tecnología de punta y reglas claras y estables.

Ya llegamos: déjame enseñarte la ceiba que empieza a repuntar.

Me pregunto, Presidente, sin ser arbolista, si no hubiera sido mejor escoger una variedad endémica al Valle del Anáhuac, como el ahuehuete (que podría vivir aquí mil años para la historia), en lugar de forzar un trasplante tropical donde no pertenece.

Twitter: @eledece

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